Es una declaración muy honesta y con la que concuerdo.
Creer en la existencia de Dios es una opinión, una elección ("quiero creer y elijo creer"), una apuesta personal.
Lo trascendente es VIVIR de tal forma como si tuviéramos evidencia de que Dios, el Bien Supremo o Realidad Suprema, existe.
Creo que hemos malentendido el asunto de la fe a tal grado, que se ha contaminado con la idea supersticiosa de que el admitir "Creo en Dios" (o peor aún "Creo en la doctrina X") tiene un efecto mágico sobre la salvación del alma.
Para Jesucristo, creer en Él tenía un solo significado: hacer, llevar a la práctica las cosas que Él pedía que se hicieran. "Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando" (Jn 15:14).
La Fe, en su concepto original, no era un complicado asunto de metafísica o epistemología. Fe era obrar con la esperanza de que tales obras eran el mejor curso a seguir, aunque los resultados no fueran evidentes de inmediato.
Por eso Pablo presenta de manera conjunta la fe, esperanza y amor (la práctica de obras amorosas) como la virtud del Evangelio. Y de esas tres, dice Pablo, el AMOR es el prioritario, la base de las otras dos.
El hecho que no sea la Fe, sino el Amor, la base de la virtud, muestra que el asentimiento intelectual a la existencia de Dios es un asunto secundario.
"Muéstrame tu Fe sin obras, mientras que yo te mostraré mi Fe por mis obras", advierte Santiago.