¡Ya sabéis los acontecimientos que rodean mi vida! Para olvidar el amor de Miryam abandoné mis queridas tierras granadinas y me embarqué en esta aventura. Contra el parecer de mis padres he sentado plaza de marinero en esta expedición. Mi mayor deseo como ya he manifestado es el olvido de esa mi dolorosa etapa ¡El recuerdo puede más!
Siento cansancio. La visión de la “Estrella Fugaz” primero y la de la moza después aturden mi razón. Quisiera no tener el don de clarividencia adquirido y pertenecer al común de los mortales. El milagro realizado en mí por el “acontecimiento estelar” me hace preso de la desesperación. Nada puedo hacer contra la fatalidad que guía al destino humano. Más a pesar de estas mis heridas he de seguir con la narración. Cierto que el cronista oficial es Juan Díaz, Capellán de la Armada, quien lo hace con extrema fidelidad. Yo, me he limitado a dibujar unas breves impresiones y manifestar la maravilla que me causa el viaje. No obstante creo necesario el pasar la pluma a Don Antonio de Solís y Rivadeneyra, que aunque de tiempo muy posterior y no haber vivido por tanto los hechos, su posición de ser secretario del que sería rey Carlos ll, último de la Casa de los Austrias añadió luz en el tema por su preclaro entendimiento y saber. Dice así en “Historia de la Conquista de Méjico”:
“…Siguieron la costa nuestros bajeles hasta llegar al paraje donde se derrama por dos bocas en el mar el rio Tabasco, uno de los navegables que dan el tributo de sus aguas al golfo mejicano. LLamóse desde aquel descubrimiento rio de Grijalba; pero dejo su nombre a la provincia que baña su corriente en el principio de Nueva España, entre Yucatán y Guazacoalco..”
Leída la nota de Solís se comprende el que haya solicitado su ayuda. El que yo este embarcado en esta expedición a las órdenes de Grijalva parecería pecar de inmodestia el citar se bautizase con su nombre al rio y la región que lo contiene. Nadie en nuestra tripulación incluido el Capitán General es menesteroso de honores. Fue solo agradecimiento a su digno mando. El pasaje se corresponde a lo apuntado por Juan Díaz el dia 7 de mayo, preludio que fue de nuestro encuentro bélico con los indios.
Con ánimo de descubrir nuevas tierras embarcamos de nuevo. A pocas millas divisamos costa. Se veian tres pueblos no muy distantes entre si. Uno de ellos, en el que sobresalía una torre, nos pareció de la misma munificencia de Sevilla . Vimos también muchos indios en la playa potando banderas que alzaban y bajaban, en señal de que nos acercásemos. No quiso el capitán ceder a estas pretensiones y continuamos el viaje hasta otro lugar cercano. Se divisaba desde la nao, un pueblo grande enclavado en un paisaje con muchos ríos. Al acercarnos a tierra descubrimos una especie de golfo y lo exploramos bajando del barco. Viendo sus dificultades para costearlo nos fuimos por donde habíamos entrado.
La falta de agua nos hizo volver otra vez a la isla de Santa Cruz. No había gente alguna y tampoco rio. Bebimos agua de pozo e hicimos acopio de “managi, ,que son frutos de árboles de la grandeza y sabor de melones, y así mismo de ages, que son raíces como zanahorias al comer; y de ungias, que son animales que en Italia se llaman schirati”. Tras permanecer unos días allí tonamos al Yucatán por la banda Norte. Una torre en un cabo se ”decía ser habitada por mujeres que viven sin hombres”. Era según los crédulos el castillo de las Amazonas. Quizás debido al cansancio del viaje, me pareció ver en su cúspide una silueta de mujer. La mire mas detenidamente y su cara se mutaba alternativamente de la de Miryam a la de ·estrella Fugaz”. Hacia gestos obscenos con las manos y con voz que solo podía oir yo gritaba: ¡Escribe cuentos picantes! ¿Sería un sueño?
Fue a raíz de este suceso cuando comenzaron a oírse tambores. Aquiles Brinco, el can que nos acompañaba comenzó a ponerse nervioso . Su mirada era fiera y de alerta. Y su jadear sonaba a grito de guerra. De esta guisa llegamos al río de “Los Lagartos” donde el cacique Lázaro que tanta honra hizo a Francisco Fernández, capitán de otra nao se afirmaba tenía su morada