Así fue como comenzó el romance prohibido. ¿Pero, qué hacían a solas y tumbados en, si sabían que revueltos no podían acabar esa inmensa hoguera pasional jamás? Cuando estaban con el señor de barba espesa, saltaron con aquélla emoción tan vehemente que no se dieron con otros barbudos lampiños de axilas y sudorosos de donde siempre están como gorilas excitados cuando ven pollitas en amaneceres lluviosos teñidas de lapislázuli. Se amaban tanto, pero, tanto, tanto, -como Trump ama a su espejo y su peluquín- que la CIA les envió flores amaestradas por Maduro.
Un paracaidista olvidose de guardar fechas señaladas para lanzar los papelitos al canasto -desde la estratosfera de Las Vegas- sin acertar meterlos donde más quería, para llevárselos calentitos y recién hechos, desde la coronilla hasta la planta procesadora de tomates verdes sin alma mater universitaria escapista que se atreve a enlatarlos, empapelándolos con multas impagadas recogidas a gatas por los murciélagos