PIERRE VALDES (Pedro Valdo) era un rico mercader de la Francia del siglo XII. Mientras la Iglesia Católica deliberadamente mantenía al pueblo en la ignorancia de las Sagradas Escrituras, Valdo patrocinó la traducción de los Evangelios y otros libros bíblicos a la lengua vulgar del sudeste francés. Acabó dejando su negocio para predicar el Evangelio. Enseguida atrajo seguidores, que fueron excomulgados con él en 1184 por el papa Lucio III.
Aquellos grupos de predicadores con orientación bíblica terminaron llamándose valdenses. Abogaban por regresar a las creencias y prácticas del cristianismo primitivo. Repudiaban los ritos y doctrinas tradicionales del catolicismo, como las indulgencias, los rezos por los difuntos, el purgatorio, el culto de María, las plegarias a los “santos”, el bautismo de niños, la adoración de la cruz y la transubstanciación. Su postura les acarreó terribles sufrimientos instigados por la Iglesia Católica. El historiador Will Durant explica a qué se enfrentaron cuando el rey Francisco I lanzó una campaña contra los no católicos:
“El cardenal de Tournon, alegando que los valdenses formaban parte de una traidora conspiración contra el gobierno, persuadió al doliente y vacilante rey a que firmara un decreto (1o de enero de 1545) que ordenaba ejecutar a todos los valdenses convictos de herejía. [...] En una semana (12-18 de abril) varias aldeas fueron arrasadas por el fuego; en una de ellas perecieron 800 hombres, mujeres y niños; en dos meses se mataron 3.000 personas, se arrasaron veintidós aldeas, se mandaron 700 hombres a galeras. Veinticinco aterradas mujeres, que se habían refugiado en una caverna, fueron asfixiadas con el humo de una hoguera encendida” a la boca de la cueva.
Tocante a estos sucesos, Durant comentó: “Estas persecuciones fueron el máximo fracaso del reinado de Francisco”. Pero, ¿qué impacto tuvo en los observadores la firmeza de los valdenses ante las persecuciones autorizadas por el rey? Durant escribió: “El valor de los mártires dio dignidad y esplendor a su causa; debieron de quedar impresionados y turbados millares de espectadores que, sin estas espectaculares ejecuciones, quizá no se hubiesen preocupado nunca de cambiar su fe heredada”.