Juan 9:22
LOS padres del mendigo
que había nacido ciego
temen cuando se les pide
que se presenten ante los fariseos.
Saben que se ha decidido
que a cualquiera que exprese fe en Jesús
se le ha de expulsar de la sinagoga.
Este cortamiento del compañerismo
con otros de la comunidad puede significar
muchísimas dificultades,
especialmente para una familia pobre.
Por eso los padres ejercen cautela.
“Sabemos que este es nuestro hijo,
y que nació ciego —confirman los padres—.
Pero cómo es que ve ahora, no lo sabemos,
o quién le abrió los ojos, no lo sabemos.”
De seguro su hijo tiene que haberles dicho todo lo que ha pasado,
pero, con prudencia, los padres dicen:
“Pregúntenle.
Es mayor de edad.
Él tiene que hablar por sí mismo”.
Por lo tanto, los fariseos llaman de nuevo al hombre.
Esta vez tratan de intimidarlo
indicando que tienen prueba
de que Jesús es un malhechor.
“Da gloria a Dios —exigen—;
nosotros sabemos que este hombre es pecador.”
El que había estado ciego,
sin negar aquella acusación,
dice: “Si es pecador, no lo sé”.
Pero añade:
“Una cosa sí sé: que,
siendo el caso que yo era ciego, ahora veo”.
Los fariseos, tratando de hallar una falla en su testimonio,
de nuevo preguntan:
“¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?”.
“Ya se lo dije a ustedes —
se queja el hombre—,
y sin embargo no escucharon.
¿Por qué quieren oírlo otra vez?”
Sarcásticamente, pregunta:
“No quieren hacerse discípulos de él también, ¿verdad?”.
LO QUE YO ENSEÑO NO ES MIO
PERTENECE AL QUE ME ENVIO” (Juan 7:16.)