Continuación....

Hambre y solidaridad
A las 2:00 de la tarde de ese 4 de junio. Luis se levanta de golpe. Llegan dos señoras con varios envases de comida con sopa, pasta y arroz. En una bolsa hay varios cambures. Él trata que a ninguno le falte una ración de comida. Un joven de 16 años solo agarra una fruta y le pide a uno de sus compañeros que “le cuadre” una llamada para pedirle a su tía que le lleve comida. “Yo soy de Santa Fe Norte, pero vengo a la plaza a montar patineta con ellos y los días de guerra, los acompaño. A nosotros no nos importa de qué zona o clase social somos, todos somos compañeros de lucha”, relata el adolescente que estudia cuarto año de bachillerato.

Al banco de cemento también llega “Pinto Salinas”, un joven de 23 años de edad que vive en ese sector popular y que trabaja en una empresa de vigilancia. A diferencia del día anterior (sábado 3 de junio), también se deja ver el rostro. Tiene una cicatriz en el pómulo izquierdo y la mirada apagada. Manifiesta con voz tenue que tiene hambre y sed.

Al otro extremo de la plaza está otro de los grupos de la resistencia: Fraternidad Charallave. Mientras Luis se acerca para hacerles llegar parte de la comida que les donaron, uno de sus miembros explica que son “un ligadito”, porque están integrados por personas que viven en La Guaira, Charallave, Petare y por una adolescente de 16 años que vino a Caracas desde el estado Trujillo en abril.

Durante las protestas en Caracas han surgido zonas de conflicto en urbanizaciones de clase media como Bello Monte, Las Mercedes y Altamira, en las que actúan los escuderos. Para moverse en estos sectores hay que pasar cordones de la Guardia Nacional y de la Policía Nacional. Luego, a unos dos kilómetros de distancia de las áreas donde estos jóvenes hacen barricadas, se ubican funcionarios de las policías municipales para desviar el tránsito. En el área de conflicto hay que saber manejarse con estos manifestantes que no permiten ser grabados sin capuchas, supervisan qué periodistas los quieren entrevistar y evitan el ingreso de civiles armados, también conocidos como colectivos.

Ópticas distintas

Los escuderos están en la mira del gobierno por la violencia que rodea a las manifestaciones. Luis se refiere a dos recientes eventos para explicar que entre los jóvenes no hay opiniones unánimes. El lunes 29 de mayo a las 5:30 de la tarde, en las inmediaciones del Distribuidor Altamira, se veían los jirones de las cajas de zapatos de la marca RS21. Minutos antes un camión había sido saqueado por personas encapuchadas. Los manifestantes no estaban de acuerdo con incendiarlo. Unos rechazaban el saqueo, mientras que otros se repartían los calzados para guardarlos en sus bolsos o quemarlos.

“Yo no estaba aquí. Lo que cuentan los hermanos es que le pidieron al señor del camión que atravesara el vehículo para trancar la vía. Pero el conductor dijo que el dueño de la empresa es Diosdado Cabello. Parecía como una provocación. ¿Cómo ese camión se va a atravesar en una zona donde no apoyan al gobierno? Como hay varios muchachos pobres que no tienen calzados, algunos agarraron zapatos y otros los quemaron en las barricadas”, explica Luis.

El miércoles 31 de mayo al caer la tarde un camión, que decía: “No al saqueo”, ardía. Unos encapuchados querían llevarse una batería y los cauchos del vehículo. Otros lo evitaron y les exigieron que no pueden hacerlo. “Somos la resistencia”, dicen. Con respecto a este otro suceso Luis asegura que ese camión no fue quemado por sus compañeros de lucha y lo atribuye a unos infiltrados.

Si bien varios de los escuderos viven en la calle, quienes tienen un hogar también han pernoctado en la Plaza Altamira y en otros espacios públicos. Aunque los rostros que frecuentan las zonas de conflictos son casi siempre los mismos, los miembros de estos movimientos están preparados para aceptar que sus amigos, o incluso ellos mismos, puedan ser detenidos. Por ejemplo, los militantes del Grupo Resistencia Contra la Represión vieron por última vez a tres amigos que el lunes 29 de mayo tenían pautado dormir cerca de unas barricadas en la avenida Miguel Ángel de Bello Monte. Pero asumen que fueron apresados por la policía judicial durante un operativo la madrugada del martes 30 de mayo.

Ese domingo los manifestantes lamentan la detención de un hombre de 32 años de edad que trabaja como chofer en una casa de familia y que es conocido como “el colador”, debido a las heridas de perdigón que tiene en la espalda, en el glúteo y pierna izquierda. Camina encorvado y se apoya con un palo de golf desde que fue herido. Lo vieron por última vez el sábado 3 de junio cuando se montó en uno de los cuatro autobuses que salieron desde Chacao hasta Montalbán para la marcha de las ollas vacías. En el trayecto una unidad fue interceptada por el Sebin, la policía política, y 51 manifestantes fueron detenidos.

Mientras las protestas en Venezuela superan los 70 días el gobierno insiste en que los escuderos son terroristas financiados por líderes de la oposición. Los cuerpos de seguridad del Estado han realizado operativos en las zonas de conflicto para dar con estos manifestantes. Pero líderes de la oposición como el gobernador del estado Miranda, Henrique Capriles y el diputado Juan Requesens, aseguran que estos jóvenes luchan por el cambio y han atribuido la violencia en manifestaciones a infiltrados del gobierno.

No obstante, los sectores donde protestan estos grupos han sido focos de violencia y anarquía. El domingo 4 de junio a las 7:30 de la noche uno de los militantes de la resistencia, Jesús Rojas, de 33 años, quien es conocido como “El Gringo”, fue asesinado de varias puñaladas en el cuello y el tórax en la plaza Francia. Miembros del movimiento denunciaron que al hombre lo mató un infiltrado que, después de atacarlo, le robó sus pertenencias. El gobierno, por su parte, asegura que la víctima fue asesinada durante una riña entre militantes de la resistencia.

En primera fila
Lunes 12 de junio. Luego de las 3:00 de la tarde los caminos que desembocan en la avenida Francisco de Miranda, cerca de la estación del Metro de Chacao, están cerrados. Cada vez llegan más escuderos. Arman barricadas en las inmediaciones de la Dirección Ejecutiva de la Magistratura (DEM) y también colocan barreras que impiden el tránsito hacia el Centro Comercial San Ignacio y hacia el Centro Comercial Sambil. No hay funcionarios policiales en la zona. Se sienten libres. Vecinos y trabajadores de la zona se ubican en las esquinas para ver y grabar lo que pasa. También llegan motorizados para ver cómo los encapuchados se organizan para asediar la sede de la DEM.

En la esquina del Metro que conecta con la calle que lleva hacia el Centro Comercial San Ignacio está parado “Guarimbin” con unos binoculares para niños observando a unos 300 metros de distancia cómo sus amigos lanzan bombas molotov y piedras contra la DEM. “¡Ese guarimbín está vestido chiquiluki! La gente se enamora de él y le regala ropa”, comenta uno de los paramédicos de Venerescate, que se ubica cerca de los sitios donde ocurren las refriegas para atender a los heridos. Las personas presentes largan la carcajada. “Guarimbin” sonríe y muestra una herida que tiene en la pierna.

Entre la multitud está Luis, con un casco de moto y un escudo de metal que tiene pintado a Jesucristo. “Hoy vine a guerrear, como siempre, con mi escudo que no me deja mal”, manifiesta el joven. De inmediato se pierde de vista.

Son las 4:35 de la tarde. Desde el interior de la DEM lanzan bombas lacrimógenas y disparan perdigones. Los encapuchados se desplazan agachados sin ver al frente. Los que lanzan objetos contra la dependencia del Tribunal Supremo de Justicia se apoyan con quienes tienen escudos. Uno de ellos es Luis. “Escuderos adelante”, grita uno de los encapuchados. Cada vez que se escucha la detonación de una molotov, los jóvenes aplauden y algunos espectadores responden de la misma manera. En la misma cuadra de esa sede hay paramédicos de la Universidad Central de Venezuela que también auxilian a los heridos. Sin embargo, los que reciben impactos en la cabeza son trasladados en moto hacia centros asistenciales. Cuando los escuderos gritan que hay un herido, los motorizados se ofrecen a trasladarlos.

Cuando faltan 15 minutos para las 6:00 de la tarde los jóvenes celebran que la sede de la DEM arde en llamas. Entre el humo sale molesto Luis, que recibió al menos 20 perdigones en el brazo izquierdo. “No me toquen, no me toquen”, le grita a sus amigos que intentan convencerlo que debe ser atendido para que no se desangre. Él se resiste y les dice “que es un guerrero” y que debe “llevar” adelante, como los hombres.

Los paramédicos de Venerescate convencen a Luis y lo auxilian. Pero en cuestión de segundos hay una estampida en la zona. Funcionarios de la Guardia Nacional y de la Policía Nacional Bolivariana irrumpen en la avenida y lanzan bombas lacrimógenas. Después de correr menos de 100 metros, Luis mete el pie izquierdo para evitar que una señora cierre la puerta de su edificio. Entra con unos amigos y le pide que los deje estar allí por un rato. Casi media hora después el joven se comunica con otros amigos que lo esperan hacia la avenida Libertador: “Señora, por favor, guarde mi escudo y deme su teléfono para venir más tarde a buscarlo”. La mujer acepta y él sale para encontrarse con sus compañeros.