Ángel González (*1925 Oviedo, Asturias - †2008 Madrid)

Poeta español de la Generación del 50. Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1985 y académico y Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 1996, publicó su primer libro de poemas en 1956.
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La Palabra.

Hace miles de años,
alguien,
un esclavo quizá,
descansando a la sombra de los árboles,
furtivamente,
en un lugar aislado
del fértil territorio
conquistado por su dueño el guerrero,
al contemplar los campos
regados por el río

—probablemente
no ocurrió nada así:
reconstruyo, sin datos, una escena
que nadie sabe cómo ha sucedido—
y ver cómo otros hombres
cuidaban de las viñas, podaban
los olivos, transportaban el agua
que habría de mojar la tierra donde
crecían las hortalizas,
o conducían rebaños hacia el monte,
o extraían la miel de las colmenas

—me parece escuchar el rumor duro
del estío,
las metálicas hojas de los árboles
(perdida su humedad) crujiendo casi
al ser rozadas por el seco viento,
el batir firme y alto de las alas
de un águila, la viva luz
aplastándolo todo con su peso—,
y fijándose acaso especialmente
en el volumen firme e insinuado
bajo el gastado lino
del vientre grávido de una mujer muy joven,
cerró un momento los cansados ojos
(el hombre que miraba todo aquello)
y articuló un suspiro
o bien dijo un sollozo,
o algo semejante
que repitió, y creció, y dejó su pecho
estremecido —así la rama
abandonada por un pájaro...

Igual que un pájaro
salta desde una rama,
de ese modo
surgió en el aire limpio de aquel día
la palabra:

amor.

Era
suficiente.

Pronunciada primero,
luego escrita,
la palabra pasó de boca en boca,
siguió de mano en mano,
de cera en pergamino,
de papel en papel,
de tinta en tinta,
fue tallada en madera,
cayó sobre las láminas
olorosas y blancas,
y llegó hasta nosotros
impresa y negra, viva
tras un largo pasaje por los siglos
llamados de oro,
por las gloriosas épocas,
a través de los textos conocidos
con el nombre de clásicos más tarde.
Retrotraerse a un sentimiento puro,
imaginar un mundo en sus pre-nombres,
es imposible ahora.

La palabra fue dicha para siempre.
Para todos, también.

Yo la recojo,
la elijo entre otras muchas,
la empaño con mi aliento
y la lanzo,
pájaro o piedra,
de nuevo al aire,

al sol,

hoy

(rostros, árboles,
nubes: todo es distinto en esta
primavera. En el vaso,
el agua huele a río.
Como una larga cabellera, el viento
ondea por las calles y se abate
de pronto
rizado y frío sobre el suelo.
Y en ocasiones,
¿por qué mi pensamiento
no acompaña a mis ojos,
y se aleja
de lo que ven, perdido
y a la vez fijo en algo...?
),

porque quiero.


🍀