[REPOSO MENTAL, comentario 20].
Propagado por la imparable globalización, por todas partes se percibe que el materialismo se ha convertido en una obsesión desmedida, donde el “tener más y mejor” se ha tornado en una meta alienante y en donde el “poseer” vale mucho más que el “ser” (tanto tienes, tanto vales); en donde el egoísmo, la envidia, la discriminación y la competencia sin cuartel contra otros destruyen los sentimientos de solidaridad humana; donde se rinde culto a la belleza física y se considera que la fealdad es sinónimo de infrahumanidad; donde el alcohol y las drogas se usan alegremente para manejar la ansiedad existencial creada por las demandas de la competencia y del consumo; donde la violencia soterrada, la delincuencia enmascarada, el sicariado y la granujada inteligente abarcan todos los estamentos del estado; donde se violan las leyes, los pactos y los acuerdos; donde el dinero y la corrupción se vuelven pasión universal, arrinconando a los buenos modales, al cultivo de la intelectualidad y al crecimiento ético y moral. Por esto y por mucho más, nuestra sociedad, evidentemente, entra dentro del cuadro de enfermedad grave: del diagnóstico de una patología presumiblemente terminal.