[EL DIOS EMOTIVO, comentario 188]
Aunque la humanidad en general no lo perciba, todo indica que se encuentra en un abismo de complejidad infinita del que no puede salir airosamente por sus propios medios. Es un precipicio tapizado con hilos de telaraña, en donde la propia iniciativa por obtener liberación se torna en fuerza impulsora que atenaza a la presa y la asfixia más y más. Aquí, pues, viene a la memoria las expresiones de un preclaro, un profeta, que dijo: “Yo sé, Yahveh, que no depende del hombre su camino (se sobreentiende: las mejores opciones para dirigir a la humanidad, etológicamente, a nivel individual y colectivo), que no es (o no está en poder) del que anda enderezar su paso (se sobreentiende: evitar descarrilamientos fatales)” (Libro de Jeremías, capítulo 10, versículo 23; Biblia de Jerusalén).