Los pobres animalitos salen a la calle entre temblores por no aguantar más y se ven obligados a hacer sus necesidades en cuanto ven la luz del día. No son culpables porque su capacidad de aguante ha sido llevada al límite. Entre sudores fríos y dolores abdominales descargan todo aquello que han ido acumulando durante horas y horas y más horas de tedioso aburrimiento solos y abandonados en sus casas.
Por si esto fuera poco, salen atados con una correa para evitar que puedan correr con libertad. Arrastran a sus dueños arañando la acera con sus uñas convertidas en muñones para no dañar los finos muebles con los que tratan de entretenerse en esas horas eternas. Tiran y tiran con la esperanza de romper las cadenas y poder ejercitar los músculos que la naturaleza les ha dado para correr por los campos.

Y mientras todo esto sucede, los que vemos esta costumbre como una aberración, tenemos que soportar espectáculos como este....