El encuentro se hizo en la misma cafetería y en la misma mesa del día siguiente de su llegada, a la ciudad. Juan Rebollo alias el “comunista”, nacido en el centro de España, había pasado su juventud en Barcelona, donde aprendió el arte de la fresa, maquina prevista de cuchillas para labrar metales. A los treinta años, su alta calificación en el oficio le permitió un interesante contrato con la (Sulzer) la más importante empresa metalúrgica de Winterthur y posiblemente de Suiza. Era seco de cuerpo y de cabello rubio apagado y en sus ojos redondeados y profundos eran unas verdaderas ventanas del pasado.

Juan Rebollo era el clásico militante comunista de ideas trasnochadas, pero al estar acostumbrado a larguísimas horas de charla hacia siempre de ellas explicaciones “laboriosas” de sus experiencias.
– ¿Al parecer usted conoció a Margarita Resinos?. Un silencio de asombro y de incomprensión al mismo tiempo, se reflejó en su rostro; para al fin, acabar por sonreír, reconociendo que si había conocido a Margarita.

No tuvo que hacer esfuerzos mentales para seguir recordando el pasado y remontar el curso de su propia historia. De manera evidente Juan Rebollo se vio sensiblemente afectado por el recuerdo amargo de la emigración. –Es normal que no la haya olvidado. Siguió diciendo Juan Rebollo, mientras saboreaba una jarra de cerveza. – ¡Joven! Aunque muchos piensen lo contrario, para mí el pasado cuenta poco y sólo pienso en el mañana. –Por eso le aseguro que muchas veces me he acordado de cómo le irá a esa mujer inteligente y valerosa que supo enfrentarse aquellos años difíciles.

–«Nosotros, los emigrantes, no teníamos ningún derecho». – ¡Por eso hizo falta luchar para arrancarlos! –El capitalismo moderno racionaliza la producción, pero necesita de sus brazos; siendo ellos los peores pagados y con los trabajos más sucios. Trabajan bajo el sol o la lluvia, levantan casas, alquitranan las carreteras, limpian las calles, se someten a los más forzados ritmos de la cadena. –«Puestos sólo para los extranjeros. –Ellos son…españoles, italianos, turcos, simples mano de obra. –El capital, nostálgico de los tiempos de la esclavitud, del colonialismo, en que sin ninguna condición, con la simple fuerza de su poder, impone la ley y después desatan campañas contra «estos salvajes que quieren ser hombres»…
– ¿Perdone, cuántos años tiene, si no es una indiscreción?
–Bueno tengo veintiocho años, pero le diré que pese a mi juventud mi vida en algunos sentidos tampoco fue fácil

–Sí joven, la emigración a marcado la vida de nuestro pueblo. Tú, y perdone mi tuteo, quizás recuerdes uno de los hechos más conocidos de los emigrantes que es el “día de la Emigración” el cual se celebra anualmente el día 3 de diciembre y que es organizado por la Comisión Episcopal de Migraciones. –Todos nos preguntábamos. – ¿Cómo sería el cartel de este año? Un muerto desenterrado, momia lívida y andrajosa, que eleva sus brazos al cielo junto a una mísera maleta de cartón…

–Los fondos que se recogían con aquellas famosas huchas que los españoles depositaban nunca se supo que destino tenía. Pero se supo que estos fondos se utilizaban en parte, a inundar de grandes carteles a todo color cuando se acercaba ese día, se pedía con una finalidad caritativa y se empleaban, también en hacer propaganda contraria y política.

–Muchos, españoles se han cansado quizás de oír ya la palabra, “franquismo” como ocurre con las referencias a la guerra civil. Efectivamente, ya ha pasado el tiempo y este estilo ya no se llevan hoy. El comunismo de “corte europeo” cambia las aguas muertas de la charca de los 40 años del franquismo. Pero no se te olvide nunca que Margarita y otros cuatro millones de españoles, dejamos un día nuestro país, abandonando mujeres, padres e hijos, así como las atrasadas y soleadas aldeas o ciudades de España, en busca de un trabajo, o una seguridad democrática en el norte.

José quedo sorprendido de la capacidad de memoria y la facilidad de palabra de aquel hombre que no dejaba de mirarlo con el brillo irresistible de esos ojos que en algunos momentos parecían humedecer. – ¡Ya ve joven que soy fuerte!–dijo Juan con voz algo temblona por la ira. – No, no creas que es fácil olvidar esos años, que aún me persiguen como fieras, al recordarme después del triunfo del partido socialista en España y el derrumbamiento de los comunistas y sepa que a los comunistas los trabajadores sólo nos quieren para que sigamos sacrificándonos por ellos, y nada más. Me costó comprender esa triste realidad, y yo al fin y al cabo no sufrí ni fusilamiento como mi padre ni la cárcel como otros; pero eso sí, muchos años de sacrificio. – ¿Para qué? …

–Además–continuó Juan, serenándose–, tú no sabes para la gente lo que yo represento. ¿Crees que yo ignoró lo que de mí, los españoles dicen en la ciudad?…Me basta ver los ojos con que me miran las veces que voy al centro cultural. Para ellos sigo siendo un pobre rojo, que ya no les hago falta. Ya no es como antes que acudían a que nosotros les ayudáramos a resolver sus problemas administrativos y el trabajo. Se olvidan con facilidad que gracias a nuestra lucha, España hoy es un país democrático. Aquí se sabe todo, el chismorreo de esa pobre gente es tan grande que se le quitan a uno las ganas de mirarlos a la cara.

La emoción de Juan, abrumada por aquella cruel realidad del pasado, enterneció a José y sé entristeció más al ir conociendo con detalle el olvidado mundo de la emigración. Pero reconoce que a él, en realidad lo que más le interesaba era su madre.
– ¿Todavía no me ha hablado usted de Margarita?…–Usted sé olvido de ella–dijo con cierta triste y humildad al reconocer el doloroso recuerdo de su pasado.
–Buen hombre, como bien le dije yo trabajaba en la fabrica más importante de Winterthur y la falta de vivienda me obligó como a tantos otros a vivir en un pueblo del cantón de Thurgau, llamado Sirnach y todos los días hacia el trayecto en tren. Siempre recordare aquella tarde de abril del año sesenta y tres. El tren de las cinco que yo cogía era un tren que tenía su salida en Ginebra y terminaba en el cantón de Sankt-Gallen. Este tren, en aquella época llegaba cargado de emigrantes embarcados después del reconocimiento obligatorio en la frontera. Recuerdo como si fuera hoy el rostro atemorizado de aquellas personas, etiquetadas como ganado y en el letrero que llevaban colgado al pecho se leía Instituto General de Emigración Español. Esa tarde al ocupar mi asiento observe, a dos mujeres que no debían de tener más de veinticinco años y que me miraban con curiosidad al ver que leía el ABC único periódico español que llegaba al extranjero.

Era raro el día que él no encontraba grupos de emigrantes españoles, pero aquel día, como bien recuerda, recibió una impresión de curiosidad y no pudo menos de preguntarlas dónde se dirigían.
– Al parecer, las dos estaban contratadas para trabajar en el hotel más importante que hay en Wil, ciudad a no más de diez kilómetros del pueblo donde yo vivía. –En aquel tiempo yo ya dominaba el alemán, por lo que decidí acompañarlas hasta el hotel y servirles de intérprete. Margarita era la más callada, pero al fin del trayecto, se decidió hablar y me dijo que era de un pequeño pueblo y del que no recuerdo su nombre de la provincia de Orense en Galicia. La verdad es que no volví a verla hasta un año después y fue en este mismo café. –Esa tarde que bien recuerdo, nos reuníamos unos cinco camaradas y ella vino a servirnos a la mesa. –Le aseguro quedé profundamente asombrado, pues la joven tímida que yo recordaba parecía ahora más lúcida y abierta. –Pero para abreviar, también te diré que por aquel entonces en Winterthur se habían creado una célula del Partido Comunista de España y de la que yo hacía parte.

–Bueno seguiré contándole ya que al año siguiente volví a ver a Margarita por las tardes y al menos tres veces a la semana. –Pero no me mires así, yo en aquel tiempo ya estaba casado y pese que era muy bonita, no me hubiese atrevido a decirle nada en tanto que hombre. – No obstante un vasco llamado Goicoechea que militaba por aquel entonces con nosotros, no tarde en fijarme que se gustaban. –Adema no se sabrás que una gran parte de la colonia Española, provenía de las ciudades más industrializadas de España, por lo que él partido comunista en Winterthur llegò a ser importante y la única fuerza política organizada. –La calidad de los camaradas no tarda en dar frutos y se reflejó en sus actividades que fueron entre otras que de aquí salió la idea de crear las A.T.E.E.S. (Asociación de Trabajadores Españoles en Suiza). Que terminó siendo una de las organizaciones más fuertes de la emigración Española en Europa. A la vez se creó una oficina permanente de la organización «Amnistía Internacional», cuya sede social se encuentra en Londres y desde aquí se denunciaba «las detenciones política en España».

Margarita poco después de su llegada a Winterthu, se incorporó al partido donde fue en todo momento una militante activa, a la vez que se destaco en la lucha tenaz por cambiar la dirección del Centro Cultural Español. Por desgracia, para dicho centro, hace unos años apareció un individuo llamado Jacinto, colaborador del consulado y de la policía cantonal y por eso dicho individuo no tardó en imponerse como presidente del centro. Fue la época negra de nuestra sociedad, pues el colaborador “Sr.Jacinto”, termino hacia por a des hacer y deshacer, al mismo tiempo que valiéndose de las autoridades se transformo en mercader de emigrantes, recibiendo «comisiones» por su sucia tarea. Margarita fue valiente combatiendo a dicho individuo y después por su entrega en las labores del centro fue elegida presidenta. No obstante joven, entre nosotros le diré que este individuo sin escrúpulos tuvo que ver mucho en las entregas a la policía de muchos camaradas y sin duda alguna en la de Margarita.