SE SIGUE
La encontró como siempre, cosiendo a máquina junto al ventanal que domina la Plaza Mayor.
– ¡Tía, me he comprometido!… Era curioso, pero José adivina que su tía no estaba al corriente, pues de pronto arrugó todo el rostro con una mezcla de contrariedad y alegría. – ¿Y con quién?
–Con la hija de Antonio Gamuxo.
– ¿El del bar restaurante de la plaza?
José quiso añadir algún otro detalle, pero no tuvo tiempo ya que su tía paró la máquina, soltó la silla y lo abrazo diciéndole que era una buena elección para después preguntarle: – ¿Y cuándo os casáis?
–Tía, nos casaremos en cuanto tengamos bastante para comprar una adecuada vivienda.
–No sabes José, lo que me alegro de verte y pensaba cuando vendrías a verme, al ver que varias veces pasabas por la plaza sin subir.
–Tía, necesito hablar con usted de mi madre, pero esta vez no como antes. Mis estudios están terminados, tengo trabajo me voy a casar pero sigo viviendo atormentado y es usted la sola que al parecer puede decirme la verdad. –Tía, por favor, todos los días, no dejo de pensar en mi madre. – Yo tía, a ella la perdono, porque ella no fue mala y alguien la engaño miserablemente hasta hacer de ella un ser repleto por dentro de demonios y, la verdad, es que nadie fue capaz de sacarla de su terrible tristeza.
– El tío Francisco me decía últimamente, que ella debería de haberle escuchado, cuando él decía: –«Que el camino de las cosas buenas, estaban llenas de luz y el camino de las cosas malas solo conducía a la más completa oscuridad».
– Pero yo la pregunto: – ¿Usted cree que el tío Francisco no pudo ayudarla más de lo que hizo? –Yo siempre he pensado que eso de quitarse de encima los problemas con facilidad, no es humano y con mi madre así fue. –Por eso yo le pido que me diga. – ¿De quién fue la culpa y la verdadera responsabilidad de cada uno de ustedes? – ¿A menos que en definitiva la culpa la tuvo esta sociedad tan fea en que vivimos o por lo contrario, fue de ella sola?... – ¿Espero que usted tía me dé una respuesta de una vez para siempre?

–José hijo mío, tus abuelos no comprendieron nunca por qué Dios les castigó tanto al darles una hija de ese modo, cuando en su familia, desde siempre y hasta ahora toda su gente vivió con el temor de Dios. –Todos fueron obedientes y nadie se rebeló en contra de las tradiciones medievales de esta tierra. –Ella se fue sin saber el dolor que nos causaba, a tus abuelos, a mí y así como a tío Francisco que vivió y vivirá el resto de su vida con la máxima tristeza, pues desde entonces no ha vuelto a ser el mismo. Mira hijo, yo no tuve suerte con mi marido pero yo vivo mi pena en el silencio y sin que se me pase por la cabeza abandonar mi familia.

Su tía Inés, después de mencionar a su marido, guardo silencio como si temiera una respuesta agresiva de él, que en el comedor mal iluminado soplaba tumbado en un tresillo no muy lejos de la televisión que seguía marchando sin voz apenas. José, no dijo nada a su tía pese a que notó que la respiración forzada de su tío era algo extraña, como si estuviera entre sueños o más bien como si fingiera los ruidos que produce el sueño. No obstante, su tía al creerle dormido decidió contarle los pormenores del pasado de su madre.

–Hijo aunque tenga fama de cotilla, te diré que nunca quise contar a nadie su pasado y todo porque prometí a tu madre de no contarte nada hasta que acabases tu carrera. Ese recuerdo de nuevo té a seguro que me trae la pena muy grande y cuando yo ya creía haberla borrado de mi mente bienes tú recordármelo. No obstante, sobrino are un esfuerzo intentaré contártelo tal y como fue.

–Tu madre era muy bonita y su belleza llamaba la atención así como su rebosada salud y simpatía. Y para mi todo comenzó cuando una mañana la encontré cuando salía de la Iglesia de Santa María, muy apesadumbrada y al verla luego llorar con honda pena me recargue en un pilar de los sopórtales de la plaza se abrazó para decirme: –¿hermana porque no me ha tragado la tierra? – ¿Qué vine yo hacer a este mundo? –Hermana ya nadie me hará caso y yo seré un estorbo en todas partes, para siempre y en todas partes. Después ya más tranquila, me contó que había estado en la parroquia de Santa María, donde hizo confesión general con tu tío Francisco y que éste a pesar de sus ruegos le había negado la absolución.
– ¿Qué te pasa hermana?
–Bueno, te diré la verdad pues es imposible guardarla más tiempo…
« ¡Hermana, estoy embarazada!».
– ¿Y de quien?
–Perdona no puedo decírtelo.
– ¿Te das cuenta de lo que has hecho? –Ese hombre de quien no quieres mencionar su nombre ha destruido tu vida y tú se lo has consentido.
– ¿Qué se puede esperar ya de ti?
– ¿Inés qué has hecho de tu pureza?
–Quiero convencerme que eres buena y eres mi hermana, pero no basta con ser buena ya que el pecado ha acabado contigo.
– No obstante José, tu madre después supe que tuvo la absolución de tu tío como si con este gesto de piedad, él buscara en su sombra la defensa de sus creencias.

¿Cómo no iba a pensar que lo que su tía le contaba, fuese más que la pura verdad? –Pero tía, ya no puedo más y pese a todo lo que usted me dice tengo que seguir buscándola ya que no, no puedo olvidarla. –Tía sepa que sus recuerdos siguen siendo cada vez más profundo y mismo si hace mucho tiempo que no la veo yo sigo recordado como hoy a aquellos años cuando de niño yo dormía abrazado a ella. Si tía ella siempre me mecía y yo siento todavía la palpitación de su corazón y sus suspiros… –Y le aseguro que pese al mucho tiempo transcurrido sigo sintiendo una pena inmensa y todo porque yo sé que mi madre fue buena. – ¿Verdad tía?
– ¡José! -Más no puedo contarte; pero te diré que yo también te cuide cuando tu madre se fue. –Si José yo también te tuve en mis brazos y te ayude cuando crecías. –Por eso hijo, déjame abrazarte y consolarte a pesar de mi propia amargura.

Después de un ligero silencio de su tía; una voz fuerte y gangosa, se oyó detrás del sillón que se hallaba al fondo del salón. Era un grito de un hombre cargado de alcohol: –« ¿Inés porque mientes?». Y de pronto sin apenas poderse sujetar, se levantó su tío y se dirigió a ellos con paso inseguro. – ¿Ya está bien, Inés? – ¿No, no lo entiendo, el pobre se siente desolado y tu una vez más no quieres decirle la verdad? –No, carallo la cona, no, no quiero. – ¡Ya bastante calle y quiero que le digas la verdad!
–Inés, te estoy oyendo y da gusto la letanía llena de mansedad que bienes usando y no puedo callar más al saber que lleváis la misma sangre.


–Bueno, tu tía, no cuenta que también ella anduvo enamorada de un portugués que gastaba un carallo descomunal que se hizo famoso en todo el contorno y del que él sentía orgulloso como el cura de Santa María del que ya saldrá su historia cuando llegue su día. –Los hombres no somos ninguno como manda Dios y, además, no tenemos que andar con disimulos, ni con hipocresías religiosas y tú sabes bien que hasta los curas se les engorda el carallo. – ¿Además, qué culpa tienen los curas, si a ellas no les dejan en paz? –Y te diré también que para mí todas las mujeres son iguales, pues cuando se les humedece la cona no respetan a nadie.

– De tu madre dicen que si fue un portugués, pero yo no lo creo, tu madre era muy creyente y en esa época no salía de la parroquia de Santa María. Los curas no pueden tener hijos para escapar del pecado, pero no pueden evitar que cuando están confesando a las mujeres, se comience a observar raros movimientos por debajo la sotana. – Tu tía Inés también tuvo un novio militar, que según ella hizo carrera en él ejercito; pero la verdad es que no llego más que a cabo, al perder su vida en una escaramuza con los moros en Sidi-ifni y todavía lo llora.
–Mira Inés, deja de mentir que a veces pienso que no estás bien de la cabeza y, dale a tu sobrino esa maleta de cartas que guardas en el armario y no se hable más de este asunto.

Al guardar silencio su tío, él al igual que su tía al quedar sin saliva en la garganta e incapaces de gesticular palabra, pero esto no impidió que ella tras una corta pausa le dijera.
– ¿Por qué no te vas a la mierda, te escupes en la cara y vuelves cuando se te halla pasado la borrachera?
– ¿Qué dices?
– ¿Borracho yo, tu-ru-ru?…
– ¡Y, además, debes saber que a mí se me pasa mañana y a ti la mala leche no te las quitas nunca!

– ¿Sobrino, no crees que yo también tuve mala suerte con este hombre?
–Y sabes sobrino tu tío, me trae más alcohol cada día que pasa, pero en fin.
– ¿qué puedo yo hacer?

se sigue