SE SIGUE
Capítulo VIII

Juan ingresó en el mes de septiembre En el convento de los Jerónimos de Talavera de la Reina recién cumplido los quince años. Y reconoce que aquello era una presión, llena de celdas con sus barrotes en las ventanas y todo para que pudieran meditar en paz. Por eso lo primero que tuvo que hacer es hablar poco dejar pasar los días mientras se iba a acostumbrando y sobre todo intentar ganarse la confianza de sus superiores.

El silencio allí era total y lo único que se oían eran pasos y rezos, pero reconoce que él poco a poco se fue adaptando. Las celdas eran viejas y pequeñas, donde al caer la noche ya los frailes sin fuerzas para rezar caían agotados en sus duros camastros. Pero él todavía un niño y habituado a corretear con los demás por los patios del palacio, solo ahora le quedaba merodear por la estrecha celda.

Así una noche tras otra se iba habituando al equilibrio de sus penas nocturnas, donde solo le quedaban los recuerdos de aquellas correerías y baños con sus amigos por las riberas del Alberche. Pero la verdad es que no tuvo más remedio que ceder a las exigencias y por tanto reconocía que su situación no era momentánea, si no que serie una dura disciplina que le exigirían más y más cada día.

Sin embargo, reconoce que encerrado en saber cada vez más termino por acabar con sus pesares ya que según el padre prior su capacidad por dominar el latín era asombrosa. Sí, así fueron pasando los años y lo que más recuerda de este convento de Talavera era que en verano dentro de las galerías y los patios era soportable. Pero cuando llegaba el invierno tiritaba en la celda por la noche y por el día también bajo ese traje conocido como sarga destinado para los pobres dones se utilizaba la tela e incluso la seda.

Sin embargo, reconoce que allí se lo explicaban todo, se lo exigían si exigírselo, con esa vehemencia de la mano dura. -Si, padre, se lo prometo y por dios les juro que seguiré al pie de la letra sus funciones y dedicaré todo mi esfuerzo en servir al Altísimo. Es verdad que él nunca se sintió un tonto ni un inútil y por eso estaba dispuesto a los sacrificios por seguir adelante y todo pese a no apoyar sus impuestas creencias de las que él en cierta parte dudaba.

Pero la realidad es que el estaba dispuesto a continuar sus estudios, que era un razonamiento perfecto ya que no tenia otra opción si no quiere exponerse a volver arañar la tierra para poder comer como sus padres y hermanos. Sí, él debía comprender que eran ellos los privilegiados, los que en nombre de ese Dios sacrificado siempre mandaron y todo porque con su Santa Inquisición la autoridad estaba en sus manos.

Si ellos, están disfrazados de lo que no debería ser, ya que si se les quitara sus tótems y tabúes quedarían reducidos agente pobre como los demás. Por eso siguen con su mascara para que por el miedo a la hoguera sigan forzándose a creer en un Dios mezquino que les permite seguir expoliando a los de aquí y los de allá. Para al fin terminar por crear el imperio mejor organizad y el más poderoso de la tierra. ¿Pero como no ser obediente y no acatar las ordenes ya que las resoluciones más altas son decretadas desde la Santa Sede?

Pero él debía de olvidarse de muchas cosas para no entrar en conflicto con él mismo y entrar en ese mundo. Pues además, era demasiado joven para colocar su manera de pensar en el centro de esta regla de jugo. Sí, él debía aceptar esta dudosa leyenda casi perfecta. Mismo si la magnitud de su no voluntario sacrificio le obligaba a esa vida de clausura en sí mismo.

Después de estas largas reflexiones, dice que llevaba bastantes días esperando la ceremonia para que con sus dieciocho años fuera con otros más investidos como hermano de la congregación de los Jerónimos. Y una vez colocado en el altar el padre prior y el obispo de Toledo, avanzo por el centro de un desfiladero ce cirios hacia el altar. Para después, frente al altar y entre cánticos una vez todos ellos tumbados boca abajo el obispo con un libro entre las manos pronuncian sus antiguas palabras. Para luego después de sacudir sobre ellos las gotas del agua vendita dar por terminada la ceremonia.

Fue solo varios meses después de la ceremonia cuando le anunciaron su traslado al santuario de Guadalupe. Y recuerda que era verano y mismo con el ruido de la carreta, no era difícil oír el concierto de las chicharras por el camino. Hacia mucho tiempo que no volvía a ver el campo, por lo que respiro hondamente con el fin de rellenar con ese fuerte olor a pino sus pulmones.

Pese al traqueteo de la carreta y trayecto que se prologó todo el día él estaba contento de su traslado ya que le permitió observar como los pájaros que cruzaban el cielo. No parecían dirigirse a ningún lado preciso como él y todo porque para ellos no existía otro sitio ni otra hora. Sin embargo, él debía vivir en el presente aunque por el momento fuese un limbo sin clave ni significado, si solo una persona que los demás deciden por él.

Cuando el azul cielo perdía su transparencia porque el sol comenzaba a esconderse en el horizonte, fue cuando la carreta se paró en seco delante del convento. Por fin habían llegado al convento de Guadalupe y después de contemplar el paisaje desde las escalinatas. Se fueron aproximando a la puerta del convento a sus ojos y como si lentamente fuese surgiendo del suelo las formas de la fachada del templo con sus altas bóvedas.

Después de cesar su contemplación y como ya estaba agonizando el día los dirigieron rozando una verja para después pasar de bajo de gran arco y después de subir unas escaleras se encontraron en la parte del convento donde se hallaba el comedor. Allí fueron recibidos por el hermano mayor de cofradía que les indico una de las mesas vacías del comedor. –Hermanos-buenos noches nos de Dios, siéntense y les invito a compartir la cena con los demás hermanos.

La cena fue ligera, pero lo que más le disgusto fue que con recelosa curiosidad los demás frailes observaban como él comió con devorante apetito. Sin embargo, reconoce que no tardo en controlar su desanimo cuando observo que el hermano situado de frente a él, con una mano entre severo le corregía como si le hiciera cierta gracia su manera de comer.

No tardo el padre prior, anunciar que se levantaran todos, para después todos en fila y en silencio profundo del claustro dirigirse a una nave donde a derecha e izquierda se continuaban las puertas de las celdas donde no tardaron en designarle una de ellas. Ya una vez en su interior volvió el silencio solo roto por algunas campanadas graves que provenían de la torre. Para luego abandonándose a la fatiga del camino tendido en la dura cama quedar dormido.

Cuando despertó dice que fue por golpes en la puerta, que le asusto de los pies a la cabeza. Era para él la inquietud de esa nueva y fría celda el de sentirse vigilado todo el día. Y aunque hubiera seguido durmiendo más la realidad fue otra ya que las puertas una tras otra fueron abiertas para luego de nuevo en fila dirigirse de nuevo con aquel silencio de los largos pasillos del claustro al comedor.

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Capítulo IX