No quería matarlo, pero no dejaba de picarme. Lo conocía hace mucho pues sus visitas eran continuas. Al principio lo recibimos con recelo, pero al final nos acostumbramos a su presencia. Luego llegó la confianza, pero todo tiene un límite.
Empezó a visitar la cama de mi mujer, y eso ya colmó mi paciencia.
Al final no tuve más remedió que matarlo, Dios me perdone. Pero ya estaba hasta los cojones del maldito mosquito.