Los secretos del pudridero
Sólo los frailes agustinos entran en el pudridero real. Cubiertos de cal, los restos mortales de la Familia Real permanecen allí durante aproximadamente 25 años. En las mismas escaleras que llevan al Panteón Real, en el primer descanso a la derecha, un pasadizo cerrado por una puerta de madera conduce a un lugar prohibido para todo personal ajeno. Las paredes son de piedra, el suelo de granito y el techo abovedado; 16 metros cuadrados componen el espacio donde reposan los restos mortales de los dos últimos Borbones fallecidos (Juan de Borbón y Battenberg y María de las Mercedes de Borbón-Dos Sicilias).
Sólo los miembros de la comunidad agustina (que custodia el Monasterio de El Escorial desde 1885) pueden acceder a este habitáculo. La Familia Real les entrega los restos de sus fallecidos en una ceremonia que se repite desde hace siglos:
Padre prior y padres diputados, reconozcan vuestras paternidades el cuerpo de la señora doña María Mercedes de Borbón y Orleans, que conforme al estilo y la orden de su majestad que os ha sido dada voy a entregar para que lo tengáis en vuestra guarda y custodia.
A la vez que pronunciaba esta frase, la ministra de Justicia, Margarita Mariscal de Gante (en España el Ministro de justicia es el Notario Mayor del Reino), señalaba al féretro abierto que contenía los restos mortales de la Condesa de Barcelona.
La escena tenía lugar el 4 de enero del año 2000 en el Panteón de Reyes de El Escorial. El prior y los 12 padres agustinos presentes se acercaron al féretro y dijeron: «Lo reconocemos». Previamente, Fernando Almansa, jefe de la Casa Real, había entregado al prior del Monasterio una carta del Rey en la que le hacía saber la entrega del cuerpo de su madre.
Cerrado al público
Una vez cerrado de nuevo el féretro y levantada un acta de entrega, los agustinos se hacían cargo de la llave del ataúd y el cuerpo de doña María de las Mercedes pasaba al pudridero real. Poco se conoce de esta estancia, así como del contiguo pudridero de infantes. Ambos permanecen cerrados para los 700.000 visitantes que cada año acuden al Escorial. En el pudridero real, los Reyes de España y las madres de reyes permanecen entre 20 y 30 años. Es el tiempo que se estima necesario para que culmine el proceso biológico de su reducción natural.
No existe ningún documento que recoja la fecha de su creación, aunque debió de ser muy próxima a la del Panteón Real, inaugurado en 1654, bajo el reinado de Felipe IV. Los padres Santos y Ximénez, los principales estudiosos del panteón en el siglo XVII, no hablan del pudridero, pero el primer testimonio sobre él, de 1854, es muy revelador.
Detalle de 4 de los 26 sarcófagos del Panteón de Reyes (de arriba abajo, sepulcros de Carlos II, Luis I, Carlos III y Carlos IV).
En Historia del Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial, fray José de Quevedo, bibliotecario del monasterio, cuenta: «Las puertas que están en el segundo descanso de la escalera conducen a los pudrideros, cuyo uso explicaré para desvanecer las muchas patrañas que sobre ellos se cuentan. Son tres cuartos a manera de alcobas, sin luz ni ventilación ninguna. Luego que se concluyen los Oficios y formalidades de entrega del Real cadáver que ha de quedar en uno de los panteones, el prior, acompañado de algunos monjes ancianos, baja al panteón donde ha quedado el cadáver llevando consigo los albañiles y algunos otros criados. Estos sacan de la de tisú o terciopelo que la cubre, la caja de plomo sellada que contiene el cadáver, y la conducen junto al pudridero. Mientras los albañiles derriban el tabique, los otros abren cuatro o más agujeros en la caja de plomo, la colocan dentro del cuarto o alcoba sobre cuatro cuñas de madera que la sostienen como dos o tres pulgadas levantadas del suelo, y en el momento los albañiles vuelven a formar el tabique doble que derribaron. Allí permanecen los cadáveres 30 o 40 o más años hasta que, consumida la humedad y cuando ya no despiden mal olor, son trasladados al respectivo panteón. Las cajas exteriores de las personas Reales que han de pasar al de Infantes permanecen en la sacristía del dicho panteón, hasta que vuelve a colocarse en ellas la de plomo con el cadáver según vinieron. Las de los Reyes se deshacen y aprovechan para ornamentos, porque ya no han de tener uso, pues sus restos se colocan en las urnas de mármol». No menciona fray José de Quevedo que, dentro de los nichos, se colocan promontorios de cal viva, y fuera, una lápida de mármol negro con el nombre de a quién pertenecen los restos.
La función del pudridero real es reducir los cuerpos para que se adapten a los minúsculos cofres de plomo —de apenas un metro de largo y 40 centímetros de ancho— que, una vez sellados, se introducen en uno de los 26 sarcófagos del Panteón de Reyes. «Eran reyes tan grandes en el mundo que para enterrarse querían un sitio pequeño», decía a mediados del siglo XVII el padre Santos, lector de Escrituras Sagradas de El Escorial.
Hoy, en esa estancia enclavada en el subsuelo de la Basílica, son dos los cadáveres que esperan su sepulcro definitivo: el de don Juan, Conde de Barcelona, que descansa en el Monasterio desde el 3 de abril de 1993; y el de la Condesa de Barcelona, entregado a los agustinos el 4 de enero de 2000.
La reina Victoria Eugenia, abuela de don Juan Carlos, que falleció en 1969 en Lausana, pero que hasta 1985 no fue trasladada a El Escorial, descansa desde octubre de 2011 en el Panteón de los Reyes.
Alfonso XIII, abuelo del Rey, nunca llegó a pasar por el pudridero. Había fallecido en Roma en 1941 y fue trasladado a España, en 1980, ocupó directamente el lugar reservado para él en el panteón real. Su padre, Alfonso XII, tan sólo estuvo 13 años en este recinto transitorio, desde 1885 hasta 1898.
En cuanto al pudridero de infantes, los últimos restos depositados en él han sido los de don Jaime (hermano del Conde de Barcelona), doña Isabel Alfonsa (sobrina de Alfonso XIII), don Alfonso (hermano de don Juan Carlos) y doña Eulalia (hija de Isabel II). El 10 de enero de 2000 los restos de los dos últimos debían haber sido trasladados a uno de los 36 nichos vacíos del Panteón de los Infantes, pero el repentino fallecimiento de la Condesa de Barcelona atrasó la ceremonia, que se celebró el siguiente mes de febrero.
El traslado de restos al Panteón también se celebra en la intimidad. Sólo asisten a la ceremonia un miembro de la comunidad agustiniana, otro de Patrimonio Nacional, un arquitecto (encargado de dirigir el desmontaje del murete del Panteón Real) y dos operarios. También está presente un médico, que se limita a testimoniar que el proceso de descomposición ha finalizado. Ya depositada la urna en su respectivo sarcófago, los restos reales descansan en la que será su solemne y última morada