3ª y última parte del post:


Las ideas de Prat y las de Arana sobre España y sobre sus respectivas regiones son el substrato permanente de ambos nacionalismos, aunque los años les hayan traído matices o aditamentos. Así, el racismo se volvió tan impopular después de la II Guerra Mundial, que ambos separatismos evitan abanderarlo, por más que sigue vivo bajo apariencias externas.
Estos nacionalismos extendían al liberalismo su aversión: “antiespañol y antiliberal es lo que todo bizkaíno debe ser”, predicaba Arana, y el nacionalismo catalán fraguó en buena medida en círculos eclesiales que denunciaban el liberalismo: su derivación izquierdista, drásticamente antieclesiástica, tomó asimismo tintes antiliberales y antidemocráticos. Una raíz más o menos carlista en las Vascongadas como en Cataluña, derivó hacia el nacionalismo como forma de salvar lo salvable ante el triunfo liberal en el resto de España. Pero no debemos olvidar que el carlismo era muy españolista y defendía los fueros feudales como propios de España frente al centralismo traído de Francia. Y no hubo evolución nacionalista en Navarra, Álava y otras regiones y provincias donde el carlismo tenía profundas raíces.
***
Las circunstancias propulsaron separatismos menores en Galicia y Andalucía, más insignificantes en Canarias y otros puntos. Un converso al Islam, Blas Infante, afirmó que los árabes habían dado a la nación andaluza una edad de oro, propugnó sustituir el alfabeto por el alifato o un “alfabeto andaluz”; inventó, como Arana, una bandera, que si en el vasco imitaba a la inglesa, en el andaluz a la omeya y almohade: “Sentimos llegar la hora suprema en que habrá de consumarse definitivamente el acabamiento de la vieja España (…) Declarémonos separatistas de este Estado que conculca (…) los sagrados fueros de la Libertad (…) Avergoncémonos de haberlo sufrido”. Los políticos andaluces de la Transición, haciendo gala de su nivel intelectual y moral, nombraron a Infante “padre de la patria andaluza”.

Vicente Risco, un orientador del nacionalismo gallego, propugnaba recobrar las “raíces célticas” víctimas de la romanización, tomar a la Atlántida por “símbolo de nuestra nacionalidad”, y “oponer al mediterraneísmo el atlantismo, fórmula de la Era futura”. “Nuestro destino futuro es crear e imponer esta civilización nuestra que ha de ser la civilización atlántica” frente a las “razas ya sin fuerza creadora”.

Si hubiéramos de resumir brevemente la naturaleza de estos movimientos diríamos que trataban de transformar el ancestral sentimiento español en aversión u odio abierto a España, o a Castilla o a otras regiones, exaltando diferencias secundarias y victimismos, invocando unas razas imaginarias o descalificando todo lo que la España unida había significado a lo largo de la historia. Encontraron un terreno relativamente abonado en el “Desastre”, sobre todo moral, del 98, pero a pesar de que España solo existía como término geográfico, según Prat, o era un país “enteco y miserable”, según Arana, nunca lograron sus objetivos en los 120 años transcurridos, aunque sí provocar serias crisis políticas.

Queda por ver cómo unas especulaciones tan ajenas a la realidad y a menudo risibles o absurdas en su formulación, pudieron ir calando lentamente entre bastantes personas.
Una causa la expone el 13 de septiembre de 1923 La Voz de Guipúzcoa ante la virulenta agitación del PNV: “¿Qué otra cosa sino sonreír puede hacerse ante quienes se proclaman víctimas de la tiranía de un Estado que les consiente vejar el nombre de la patria u subvertir sus más fundamentales instituciones? (…) Pensamos en los payeses y en los caseros, en los hombres del agro y del taller a quienes se capta con apóstrofes, con sentimentalismos, con imprecaciones, con todo menos con argumentos. Y en este aspecto nos parece reprobable la pasividad gubernamental ante los energúmenos que dan mueras a España”. La pasividad oficial se basaba en la impresión de que aquellos energumenismos nada podrían finalmente contra la inercia de la historia real. Y en un vacío de ideas, pues, como veremos, surgió por entonces un “regeneracionismo españolista” poco menos disparatado que los separatismos. Al margen quedaba un tradicionalismo anacrónico que, si defendía lo mucho valioso que España había realizado en el pasado y criticaba, a veces agudamente, los nuevos movimientos, estaba acartonado en esquemas más o menos integristas, incapaz de presentar alternativas adecuadas a los nuevos tiempos.

Cabe añadir que las ofensivas separatistas han resultado irrisorias cuando se les ha opuesto una acción enérgica, aunque solo fuera administrativa. En 1923, estuvieron los separatistas vascos, gallegos y catalanes estuvieron a punto de lanzarse a la “acción heroica” en concomitancia con el terrorismo ácrata, la rebelión de Abd el Krim y la extrema demagogia socialista. Fueron una de las causas de la caída de la Restauración y de la dictadura de Primo de Rivera, pero su heroísmo resultó muy limitado: el dictador apenas tuvo que aplicarse con ellos, que renunciaron enseguida a sus veleidades. En el verano de 1934 lanzaron una nueva ofensiva, esta contra la república, el PNV, la Esquerra, los socialistas y los republicanos de izquierda, que pareció culminar en guerra civil, y bastaron unos cuantos guardias de asalto para desinflar el globo. La conducta de los separatistas vascos y catalanes durante la guerra civil fue patética, ambos complotando a espaldas del Frente Popular con Roma, Berlín, Londres y París, y cometiendo mil traiciones a sus aliados. Durante el franquismo prácticamente desaparecieron, hasta la muy tardía aparición del TNV (Terrorismo Nacionalista Vasco) o ETA, de corte socialista y cuya especialidad fue el asesinato por la espalda. Recientemente, cuando Aznar ilegalizó a Herri Batasuna, también prometían los mayores desastres y la cosa quedó en nada. Mejor dicho, la ETA fue llevada “al borde del abismo”. Los referendums separatistas catalanes no han sido votados por casi nadie, y solo una pequeña minoría aprobó el nuevo estatuto. En realidad, bastaría que un gobierno enérgico advirtiera de la suspención constitucional de la autonomía para que la “terrible amenaza” se disolviera en gran medida. Pero ya ha explicado Norman Stamps en su célebre estudio sobre las causas del fracaso de algunas democracias, que ningún régimen constitucional ha caído por una acción enérgica de un ejecutivo fuerte, sino por la debilidad de gobiernos incapaces de actuar con efectividad. Y la causa de la caída de la Restauración se encuentra principalmente en que, como observa Cambó, “Nadie sentía respeto por un Gobierno que, evidentemente, no era respetable” “Los dos últimos gobiernos, el de Sánchez Guerra y el de García Prieto ya no eran una caricatura: eran un verdadero sarcasmo”. El peligro actual no está en los separatismos, sino en gobiernos como los citados, que parecen volver, y en la falta o insuficiencia de respuesta en el terreno de las ideas y del análisis histórico.

Nota: Las citas de Prat de la Riba proceden de su opúsculo La nacionalidad catalana. Las de Arana son fácilmente encontrables en el resumen Páginas de Sabino Arana, fundador del nacionalismo vasco, Madrid, 1998, seleccionadas por Adolfo Careaga, que también selecciona otras de De su alma y de su pluma, por el ferviente nacionalista Manuel de Eguileor. La cita sobre la no catolicidad de España procede de las Obras Completas del prócer, tomo III, p. 2.009. He recogido las de Blas Infante y Vicente Risco en Una historia chocante, pp. 179 y ss.
________________________________________
* F. Cambó, Memorias, Madrid, 1987, p. 41
** J. Juaristi, El bucle melancólico, Madrid, 1998, p. 52
** Cambó, Memorias, p. 38
* Desatención continuada, pese ha ser hoy el separatismo un problema de primer orden en España. Baste señalar que el primer estudio sobre ambos nacionalismos en conjunto y relacionado con la evolución histórica de España en el siglo XX, ha sido el mío, de 2004 Una historia chocante
* Cambó, p. 41
* En La raza catalana. El núcleo doctrinal del catalanismo, Francisco Caja, Madrid 2009. pp.85 y ss.
* El ejemplo más característico es quizá el del nazismo.
* J. Juaristi, El bucle, p. 154. M. de Unamuno, en rev. Nuevo mundo, 1-III-1918 y Ahora, 9-10-1933, ambas de Madrid.
* Citado en Arrarás, Historia de la Segunda República, II, p. 435