Los amaneceres de invierno son lo mío. Lo escribí una vez y como ningún siquiatra lo lee todavía, aún no me han dado pastillas de colores y tamaños diversos. Por lo tanto, aunque no soy el jovencito ansioso de otros años, me siguen embrujando. Esas horas húmedas y heladas, con vientos que agitan los árboles y con nubarrones prepotentes, despiertan en mí el deseo de la acción, la lucha incluso, la guerra. El aroma de la tierra húmeda y los primeros tonos de luz me hacen creer que donde sea que esté, es para hacer algo. Despiertan todos mis sentidos y me entusiasma la expectativa del mundo entero a la espera de ser conocido y conquistado.

El verano