Hoy descubrí tu retrato, sucio, amarillento. Aún así, en ese lamentable estado, raído por el tiempo y el olvido, sirvió para renovar tu recuerdo. Tu mirada límpida, cristalina, volví a recordarla, todo, todo de ella. Genuina, inocente, siempre llena de palabras mudas. Esa tibia mirada, transparente que te llevaste contigo.

Ahora, solo, cabizbajo, me detengo a pensar por que razón permití tu partida. ¿Acaso el amarte fue la razón primordial para mantenerme quieto, impasible, mientras veía como tu lejanía se hacía mayor a cada instante?

En una mano sostengo un cigarrillo casi consumido, en la otra, tu divina figura, capturada en un triste papel. Los dos objetos me matan lentamente, pero la muerte que me provoca tu recuerdo, es una muerte dulce, melancólica y deseada.

Me he preguntado a veces, en esos momentos cuando la amargura se cierne como un estruendo sobre el ayer recordado, si no es mejor dejarse morir ahogado en el llanto, bajo la tenue luz de las pálidas estrellas mortecinas.

Camino pensativo por el cuarto, añorando tu presencia, ahora, más que nunca, cautiva de la distancia. Razonar es lo que debo, ignorar los reclamos del corazón, también. Difícil situación la del hombre, la de la lucha interna entre obedecer a la razón o acatar las disposiciones que urge siempre el corazón. ¡Pobre del hombre que se deja llevar únicamente por alguno de los dos caminos! Su vida incompleta será y siempre terminará por sucumbir ante el vacío que dejó el otro camino.

Aún así, sabiendo el riesgo, en este momento quiero seguir solo lo que me dicte el pensamiento, quiero alejarme lo más posible del lago gris de melancolía en el que ahogo mi existencia en estos momentos.

Así es, la reflexión me lleva siempre al mismo sitio: olvidar y vaciar tu existencia de la mía. La vida no debe detenerse por tu hermoso recuerdo hiriente. Tendré que seguir dando pasos, comenzar a caminar, así sean los pasos más dolorosos que dé en mi vida.

Alejarme de tu recuerdo, de tu fantasma que permanece en mi habitación, de tu olor que impregna cada espacio, cada amanecer, de las sombras que recrean tu figura, pero sobre todo del viejo retrato amarillento en el que renace tu recuerdo y renueva mis heridas.

Me es necesario alejarme, abandonar tu recuerdo sin mirar atrás, paso a paso, y poner distancia entre el pasado añorado y la vida que tengo por delante. Mirar al frente, como viendo al olvido, mi meta por alcanzar, mientras avanzo paso a paso, por muy pesados que sean estos.

Toca hacer lo más difícil; matar tu recuerdo, pero me duele como si te matara a ti también. Ahora, rompo tu retrato, que cae hecho pedazos al suelo, como copos de nieve, lentamente y sobre todo fríos. Todos los pedazos caen, sin remedio junto a los pedazos de mi corazón.

Comienzo a caminar.


Nota: Cuando comencé a escribir esta pequeña prosa, tenía dedicatoria, ahora, que la culmino, no es dedicada a nadie en especial, sino a Melancolía, mi siniestra amante que no deja de acompañarme.

JR