El siguiente video es una muestra excelente para reafirmarme en mi espiritualidad; la crisis en la educación limitada por las instituciones debido a todos los elementos que suelo plasmar en este hilo. Gaia es vida y las instituciones tienen mecanismos de muerte, alimentan una profunda tristeza en los jóvenes:


La académica argentina comienza su exposición encarando los problemas educativos para las nuevas generaciones desde un enfoque que gira a partir de las instituciones. Un primer concepto que trabaja es “el sentido”, pues la educación institucional sin un sentido queda limitada a procedimientos, eso genera en quienes participan de ella una vivencia meramente burocrática de lo que podría ser educar. Frigerio nombra a Bourdieu para explicar sobre la latente lucha etaria que generan esas dinámicas desconectadas del trato humano, donde no hay conexiones vivas sino experiencias semejantes a trámites burocráticos; los jóvenes no ven así un lugar para ellos en el mundo que heredaron, estarán así descreídos de un posible compromiso, la respuesta de éstos a tales mecanismos será de hastío, aburrimiento, rechazo, desinterés, partirán de trasgresiones inmediatas sin mucha elaboración.
Frigerio deja muy claro que esas fatigas, cansancio, aburrimiento, son producto de la obligación que tienen los que participan de las instituciones al prestar el cuerpo mientras la mente vive una “jubilación temprana”, pues allí no hay una producción de sus deseos, sino una captura de subjetivaciones. Ella dirá “el sentido siempre debe renovarse” lo cual es acertado si consideramos que la cultura no es estática, siempre está en movimiento. Sugiere entonces un apostar a emitir ofertas para que luego haya demanda, el sentido se produce, si el docente no arriesga la dinámica quedará siempre encerrada en el sinsentido.
Su exposición continúa con un concepto sobre pensar, sobre el miedo a pensar, donde la resignación a no cuestionar el “cerco cognitivo” impide discutir los paradigmas actuales, eso mantiene los intercambios dentro de la inercia de lo esperable, siempre girando en torno a lo conocido sin apelar a nada nuevo. Pensar debe tratarse de un modo subversivo de encarar lo vigente; el miedo a pensar es aferrarse a un lugar cómodo, eso vuelve a las personas unas conformistas que se ven molestadas cuando emergen problematizaciones; Frigerio dirá que esto es optar por la existencia pero no por la vida, lo que resigna todo a la repetición e inmovilidad. Vivir a diferencia de sólo existir es “correr riesgos” nos dirá, producir sentido, hacer del deseo algo afirmativo, no algo pasivo.
Teniendo en cuenta lo anterior es que aparece así el concepto “Holding” por su parte, que traducido de manera simple del inglés implica la idea de contener, contener al alumno, también a la par aquí subyace la idea de solidaridad, muy anexado con la noción de “solidaridad generacional” que ella sostenía al inicio de su conferencia; la clara evidencia de que esa solidaridad falta es la pérdida de puentes entre los adultos y los adolescentes, y los niños, una comunicación menos efectiva en general. Pues lo que heredan los jóvenes no puede motivarlos si como evidencia tienen a los adultos sosteniendo presentes miserables; algo para nada desligado de la dificultad para pensar que se mencionaba, y, es así que gana la pulsión de muerte ante la vida. El paradigma de la “razón instrumental” es un fracaso que heredamos de la modernidad. La cultura occidental a menudo ha dado primacía a la razón. Los ilustrados del siglo XVIII divinizan la razón: una herramienta que nos capacita para analizar y entenderlo todo. En el siglo XIX, con el positivismo, la razón científica quiere tener la última palabra. Por el contrario, hoy podemos intuir que la actividad humana, la vida en su totalidad, escapan a las capacidades de la razón instrumental. La vida no es matematizable; la vida es historia, proceso, cambio, irracionalidad. Aún así esto no invalida que se necesita una razón, un sentido, y Frigerio pone como ejemplo al niño que pregunta “¿por qué?” para casi todo, pero es una pregunta que no espera limitadamente una forma de ser respondida, por ejemplo, una forma meramente racional.
A partir de ahí es que Frigerio se anima a señalar las impotencias de la Institución, donde las jerarquías fijas rebelan que todos son responsables pero nadie lo es: el profesor se excusa con los alumnos que la dirección pone límites pero la dirección se excusa que la gestión le pone límites, y así. Es un hacer pero para no cambiar nada, no se apuesta a nada porque la jerarquía inmoviliza con rigideces verticales. Funciona como mecanismo de control pero desde esos abstractos nunca se podrá contener la pluralidad de las voluntades involucradas. Y dicho ésto, me resulta ingenuo que ella crea que sin la institución queda tan sólo “la pulsión bruta”, el sesgo está en creer que porque la institución controla y regula, sin institución sólo quedará desorden; desde ahí es que presupone que la transformación puede darse desde la institución. Al inicio afirma que las personas son la institución pero olvida luego que es la institución la que homogeniza las pluralidades dejando a la diversidad en una categoría inerte. Pero sí es un espacio político, me resulta imposible cuestionar esta aseveración.
Aclara sobre la captura de la familia, pues la familia replica y reproduce cierta homogeneidad en la sociedad, pero la opone levemente con la institución transformadora, también pasando por alto que la familia es una institución. Sí es oportuno salir de la fatalidad de las relaciones filiales para apostar al crecimiento de las personas, pero Frigerio pliega esa supuesta alteridad a la institución educativa, la cual también produce individuos destinados a engranarse a los estándares del mercado. Al menos cabe resaltar que deja abierta una opción interesante: los estudiantes también pueden organizarse, y si la tarea docente debe partir de contribuir con la emancipación de sus estudiantes, he ahí un factor que escapa en cierta forma de la rigidez vertical mencionada. Ella rescata ese ejercicio del poder donde, si bien padecemos el poder a la vez lo ejercemos, y dicho esto, culmina con una analogía acertada; el profesor suele ser la voz que traduce cierto libro, pero el conocimiento de ese libro puede ser encarado de forma directa por el alumno.