Hola. Quería compartir esto que escribí ayer en otro lado con mis allegados de aquí.

Tengo muchos días queriendo transmitir lo que hoy traigo para contar. Es delicado y toca las fibras más íntimas de mi ser, son experiencias que han sido vividas no sin dolor y no sin lágrimas pero que han llevado, y lo seguirán haciendo, a un camino en donde el bienestar es el único objetivo. Estoy escribiendo y en mi mente aún me debato si compartir esto o no, de momento mis dedos cobran vida y escriben, pero no sé si terminaré sin borrarlo todo otra vez como ha sucedido en varias ocasiones antes.

Nunca he comentado que soy diabético y dipsómano. Pues lo soy. A pesar de las claras advertencias dadas por médicos, familiares, amigos, televisión, periódicos e internet de que la diabetes mata lenta y dolorosamente, en una sentada nadie bebe más que yo: whisky, ron, guaro (aguardiente) y cerveza van y vienen en una típica salida mía de fin de semana, pues como me conozco sólo bebo en fin de semana. Y es que si te me pegas hazte a la idea de que habrá ruta de bares, sino tienes dinero, yo invito, eso no es problema, el asunto es beber hasta que ya no se pueda, beber como si no hubiera futuro. Entre viernes y sábado me tomo, como dicen, hasta el agua de los floreros. Todo lo anterior con los consecuentes efectos nocivos a la salud, el estado de ánimo, los agravios y faltas a familia y amigos, la economía y demás. Mi vida es como una montaña rusa, pasa lentamente de domingo a viernes para caer vertiginosamente al abismo el viernes mismo y el sábado. Saber si bebo porque estoy solo o si estoy solo porque bebo me mata más neuronas que el licor mismo, me desmorona esa maldita duda. Y luego no sé si quiero salir de este mundo de perdición, vicio, corrupción y degeneración; ha sido mi vida así por tanto tiempo que no conozco otra forma de vivir. No añoro nada. Es tal vez mi forma de rendirle culto a la existencia saliendo de ella lo más pronto posible sin actuar como los débiles e impulsivos que en un arrebato toman su propia vida, es tal vez que quiero que mi camino a la perdición esté plagado de placeres malsanos, es tal vez que la única forma de olvidar que me encuentro en mi vía dolorosa es la embriaguez total y extrema. Nunca he vituperado este estilo de vida a pesar de lo extremadamente lastimero que resulta, a pesar de que poco a poco uno comienza a ser visto como un desecho o como una persona de segunda pues ya nadie ve en ti a un hombre sino simplemente a un maldito alcohólico, todos comienzan a pensar que el vacío de una mente obnubilada por el alcohol es tu constante y pasas a segundo, tercer o último plano para el resto, dejas de existir para los demás tal como eres. Y todo esto va engrosando más y más la cantidad de miserias que quieres olvidar al menos momentáneamente, al menos unas horas, un día; todo esto aumenta las famosas y renombradas penas por olvidar. Y a pesar de eso no repruebo ni censuro mi estilo de vida, si acaso he sentido culpa por el mal que le hago a los más allegados, culpa que se borra entre una copa y una botella. Esta es mi vida: alcohol y medicamento contra la diabetes. O así era hasta hace algún tiempo.

Resulta que el primer día del mes de junio del año en curso, por razones que en este momento no puedo precisar con claridad, decidí convertir mi dieta a vegetariana. Lo hice sin ningún objetivo en mente y sin supervisión médica pero con la suficiente investigación como para no poner en riesgo mi salud. Además con la firme idea de analizar mi sangre transcurrido un tiempo prudencial y a sabiendas de que abandonaría el régimen si era necesario. Los efectos fueron evidentes desde el inicio, sólo sentí debilidad corporal durante los primero tres o cuatro días y luego mi estado se normalizó: perdí 5 kilogramos el primer mes y 4 el segundo y a partir de ese momento comencé a ver como mis glucemias bajaban su nivel. Comento: el nivel de azúcar en sangre en una persona normal debe andar entre 70 y 100 en ayudas y entre 110 y 140 dos horas después de comer y el de una persona con mi diabetes entre 100 y 140 en ayunas y no recuerdo cuánto dos horas después de comer, para arriba de 140; la cuestión es que yo aún consumiendo esas cantidades descomunales de licor y haciendo poco ejercicio pero consumiendo el medicamento 3 veces al día, mantenía los niveles de azúcar en sangre de una persona normal, eso sí, sin medicamento los niveles se disparaban. A los dos meses de haber comenzado mi nueva dieta tuve que reducir el medicamente a dos pastillas por día, todo esto sin supervisión médica aún. Al final del tercer mes, había bajado otro 3 kilogramos más y ya estaba consumiendo sólo 1 pastilla de metformina al día. A inicios de septiembre, comencé a sentir debilidad extrema y me golpeó una gripe sumamente fuerte que me comenzó un martes y que para jueves me tenía completamente "volcado" y débil por lo que decidí asistir a un doctor para descartar riesgo de anemia o alguna cosa extraña. Maravillosamente, después de un análisis completo de sangre el doctor me dijo que no me creía que yo fuese una persona diabética pues tenía unos niveles en sangre como los de cualquier persona normal, que la prueba glicosilada (que mide el azúcar en sangre de los últimos tres meses) estaba más que bien, que suspendiera el medicamento inmediatamente. Imagínense mi semblante, mi cara de felicidad... se me humedecen los ojos recordando esta parte... tomaba medicamento desde el 2009 y siempre todo el mundo, profesionales y no profesionales, había mencionado la condición crónica de este padecimiento, hay indicios de mejoría pero muy extrañamente de un cese total como el mío. Después de un muy ajetreado día pude tomar conciencia del logro hasta muy entrada la noche en la soledad, oscuridad y silencio de mi habitación. Lloré desconsoladamente como lloran los niños hasta mucho muy tarde en la noche. (no pensé que resultara tan difícil contar esta parte, el llanto me embarga, pero sepan que son unas lágrimas de victoria, de triunfo).

Durante estos tres meses pude llevar mis niveles de glucosa a condiciones normales y sólo cambiando mi dieta y haciendo un poco más de ejercicios (básicamente caminata) pues hasta esos días (inicios de septiembre) seguía consumiendo licor, menos que hasta hacía 3 meses pero lo seguía haciendo.

El examen de sangre no venía del todo bien. El ácido úrico estaba levemente elevado (debe estar en hombres entre 3% y 7% y el mío estaba en 6,4%). Los efectos del ácido úrico son la acumulación de cristales en las articulaciones principalmente de pies y rodillas aunque también en brazos (dedos y codos). Yo nunca había sentido dolores relacionados con esta elevación del ácido úrico y ni siquiera sabía que lo padecía, o eso pensaba porque ciertas molestias en las piernas que yo le achacaba a la diabetes eran básicamente producidas por la elevación del ácido úrico que a su vez era provocada por el sedentarismo, el consumo monumental del alcohol y el sobrepeso; la alimentación no pues siempre ha sido de suave a balanceada, aunque luego me di cuenta que ciertamente incidía. Cuando el ácido úrico alto se manifiesta como dolor en una articulación, entonces hablamos de "gota". En fin, el doctor me recomendó por unos meses un medicamento para bajar el ácido úrico pero el mismo no hizo otra cosa que potenciar lo que se llama una crisis gotosa. Muy rápido se me fue la alegría sentida tan sólo unos días antes pues la susodicha crisis gotosa es el peor dolor que jamás he sentido en la vida: tenía el tobillo izquierdo inflamado y no podía moverlo más que unos cuantos milimetros, adicionalmente el doctor no me alertó sobre los posibles síntomas y efectos secundarios entonces yo estuve varios días muy perdido respecto a cómo proceder y andaba caminando al trabajo y a la casa como si nada (si no recuerdan les recuerdo que camino unos 2 km en la mañana hacia mi trabajo, 1 al medio día para ir a comer y otros 2 en la tarde para regresar a mi casa). Estuve como una semana sumamente mal, sufrir una crisis gotosa es extremadamente doloroso y cansado, no se puede dormir, no se puede uno bañar, no se está cómodo en ningún lugar, es simplemente horrible y yo sin poder menguar ese dolor por desconocimiento. Fueron unos días terribles, tardaba hasta 10 minutos en caminar tramos de unos 400 metros entre bus y bus y el trayecto de los 2 km se me hacía simplemente imposible por lo que debía tomar taxis que no siempre aparecían, hasta la espera del taxi era un tremendo martirio. En fin el dolor fue cesando pues yo decidí suspender el consumo del medicamento, pero cuando decidí buscar al doctor éste no apareció por unos cuantos días y el dolor volvió. Este doctor fue sumamente irresponsable y lo detesto por eso. A esto hay que sumarle que durante el mes de septiembre sufrí una gripe fatal que me tenía la garganta destrozada y que me volcaba del dolor de cuerpo. Bien podría decir sin miedo a equivocarme que este septiembre pasado fue el pero mes de mi vida. Entre todo este escenario de suplicio y desesperanza mis ganas de consumir licor ni siquiera se manifestaron, yo sólo quería estar en la quietud de mi cama, lo cual ni siquiera era consolador el dolor del tobillo por la crisis gotosa nunca desaparecía. En este mes comencé a investigar (autodidácticamente) sobre este nuevo padecimiento que me atacaba. Desalentador es la única palabra que puede definir esta nueva época que llegaba con el mes de octubre: el dolor iba cesando pero muy paulatinamente y yo comencé a darme cuenta, porque lo averiguaba y porque lo vivia en carne propio que habían unos tipos muy específicos de comidas y sustancias que potencian la elevación del ácido úrico: la espinaca, los hongos, las legumbres (frijoles, garbanzos, lentejas) y obviamente el licor. No se pueden imaginar mi desmotivación al irme enterando de todo esto pues precisamente dotación de hierro, proteínas y B12 me la estaba yo supliendo con precisamente esas sustancias.

Continúa...