Cuando algunos decidían traducir la Biblia y estudiarla juntos, cuál era la reacción del clero católico?

No se lo pierdan:

En 1199, el papa Inocencio III calificó de “herejes” a quienes osaron traducir la Biblia al francés y discutirla entre ellos, y les aplicó estas palabras de Jesús: “No den lo santo a los perros, ni tiren sus perlas delante de los cerdos” (Mateo 7:6).

¿Qué pretendía el Papa con este argumento? “Que ningún simple e indocto presuma tocar a la sublimidad de la Sagrada Escritura ni predicarla a otros”, escribió. A menudo, los que contravenían su decreto eran entregados a los inquisidores, quienes los torturaban para que confesaran. Los que se negaban a retractarse eran quemados vivos.