[Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 166]
Debían ser ya los finales del invierno, o los comienzos de la primavera del año 70, cuando Tito acampa en Gibeah de Saúl, a 30 estadios (5'5 kilómetros) al norte de Jerusalén, con las legiones XII y XV. Entonces, el futuro emperador, escoltado por 600 jinetes, que probablemente serían sus singulares, decidió hacer un reconocimiento de la ciudad con el propósito de juzgar el ambiente que se respiraba dentro de ella, ya que parecía que por fin se había calmado la oleada de disputas entre las distintas facciones. Sin casco ni armadura, en paralelo a las murallas, efectuó la maniobra, quizás confiando en que la rapidez de las caballerías le permitían semejante acción sin riesgo alguno. Pero en un momento dado, por sorpresa, un grupo de rebeldes realizó una salida que pilló por sorpresa al propio Tito, quien, gracias a que un puñado de jinetes se quedaron con él para protegerlo, salió ileso del peligroso trance (de otra forma, seguramente hubiera caído en manos de aquellos judíos). Los demás jinetes habían huido en desbandada, pensando que todos, incluso Tito, habían hecho lo mismo.