[Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 106]
Durante la ya malsana procuraduría de Floro se desencadenaron nuevos disturbios en Cesarea que motivaron la retirada de los judíos de esa ciudad a otra cercana, y además el encarcelamiento por este procurador de doce judíos destacados que habían acudido a quejarse provocaron la indignación de los hebreos en Jerusalén. Y por si ello fuera poco para terminar de excitar los ánimos, Floro se apropió de 17 talentos de oro del tesoro del Templo con el pretexto de que el César los necesitaba. Nerón, en efecto, andaba escaso de dinero para sus enormes gastos y dispendios imperiales, pues, entre otros lujos, se había construido un suntuoso palacio, la “Domus Áurea”, en la propia Roma, ocupando una gran parte del recinto urbano de la capital; por consiguiente, el tesoro imperial estaba agotado. Ello condujo a que se aumentaran los impuestos y se recurriera a expolios de todo tipo, y probablemente al deseo de apoderarse también de la totalidad de ese famoso tesoro sagrado judío provocando a través de Floro una sublevación local que justificase el expolio. La multitud judaica, desconocedora de estos contubernios, recorrió las calles de Jerusalén invocando el nombre del César y pidiendo a gritos que se les librara del tirano Floro. Algunos de los amotinados proferían insultos groseros contra el procurador o iban haciendo parodias escarnecedoras con una cesta y pidiendo limosnas “para el pobre y desgraciado Floro”. Éste se dirigió entonces desde Cesarea a Jerusalén con una cohorte de infantería y un destacamento de caballería, y los judíos, viendo que buscaba un pretexto para intervenir militarmente y expoliar la ciudad, cambiaron de táctica y fueron a recibir cordialmente a los soldados y al propio Floro prorrumpiendo en aclamaciones, para así dejar burladas las inicuas intenciones manifiestas del procurador. Pero Floro envió por delante de él a un centurión con 50 jinetes para que ordenaran a los judíos que se retiraran y que no fingiesen ahora cordialidad con alguien a quien habían insultado abundantemente poco antes. La muchedumbre, llena de miedo, se dispersó a sus casas. Floro se alojó entonces en el palacio real de Jerusalén, y al día siguiente se sentó en un estrado delante del edificio. Hizo comparecer a los grandes sacerdotes y a los notables de la ciudad y les ordenó que le entregaran a las personas que le habían insultado públicamente, de lo contrario se tomaría venganza en ellos mismos. Al intentar estos personajes disculpar esos excesos anteriores de las masas, Floro se irritó aún más y envió a sus tropas a saquear una parte de la ciudad alta.