En el Cristianismo, el sexo entre dos humanos que no estén unidos matrimonialmente por la Iglesia no está permitido.

En México, el seminarista Silvestre Herrera Carrillo se enfrentó a un dilema cuando empezó a hacer labor comunitaria en una parroquia de la ciudad de México: tenía que decidir entre sucumbir al deseo sexual que lo dominaba o mantenerse firme en su promesa de celibato. En ese templo conoció a una joven que pronto hizo evidente que quería algo más que una amistad. “Bien podía haber decidido andar con ella y llevar una doble vida, pero decidí no engañarme. Sé que quiero estar entregado a Dios”. Esta determinación la pudo lograr gracias a los consejos de su director espiritual, quien le recomendó recurrir a la oración y evitar estar a solas con ella. También le sugirió hablar con la muchacha, pues ella debía tener muy claro cuál era el tipo de compromiso que Silvestre había adquirido con Dios.
Con este ejemplo podemos ver que hasta los que saben que quieren dedicar su vida a Dios tienen dudas, ya que creo que es una debilidad y una necesidad tanto humana como animal. En este caso, sinceramente pienso que sin la influencia del director espiritual no hubiera sido posible que el seminarista siguiera su camino con Dios.

Pero, ¿por qué dos personas que realmente se aman y se quieren y tienen ganas de unir sus cuerpos de esa manera tan bonita y satisfactoria deben cohibirse? ¿Qué tiene de malo?
Os invito a reflexionar y opinar sobre el tema.