Jesucristo restauró la norma original de Dios acerca de la monogamia
(Mt 5:32; 19:9) y condenó la fornicación, equiparándola a razonamientos inicuos, asesinatos, robos, falsos testimonios y blasfemia, todo lo cual proviene del interior del hombre, de su corazón, y lo contamina.
(Mt 15:19,20; Mr 7:21-23.)

Más tarde, el cuerpo gobernante de la congregación cristiana, compuesto por los apóstoles y los ancianos que estaban en Jerusalén, escribió a los cristianos en 49 E.C., prohibiéndoles la fornicación, que colocó al mismo nivel que la idolatría y el consumo de sangre.
(Hch 15:20,29; 21:25.)

El apóstol Pablo señala que la fornicación es una de las obras de la carne, lo opuesto al fruto del espíritu de Dios, y advierte que el practicar las obras de la carne impedirá que un individuo herede el Reino. (Gál 5:19-21.) Su consejo es que el cristiano amortigüe su cuerpo “en cuanto a fornicación”. (Col 3:5.) Pablo advirtió a los cristianos que la por·néi·a ni siquiera debería ser tema de conversación entre personas santas