[EL DIOS EMOTIVO, comentario 77]
Como ya se ha mencionado anteriormente, antes la la segunda mitad del siglo XX las creencias que medraban acerca de la “inteligencia genial” se basaban en el dogma de que la razón debía permanecer lo más pura posible en una mente destinada a ser preclara; y las emociones y los sentimientos se tomaban como parásitos indeseables que perjudicaban dicho ideal. Ahora bien, cuando la consideración de los fundamentos neurofisiológicos de la racionalidad comenzó a plantearse de manera seria desde la década de 1970 en adelante, al estudiarse la relación que pudiera existir entre “razonar” y “decidir”, las cosas cambiaron drásticamente.