[EL DIOS EMOTIVO, comentario 56]
A juzgar por la evidencia histórica posterior, podemos comprender que si la empresa de Nemrod hubiera seguido adelante sin ninguna intervención divina que la frenara, entonces, desdichadamente para los humildes de la Tierra, todo habitante del planeta hubiera quedado atrapado y subyugado por una férrea tiranía en la que cualquier vestigio de altruísmo y filantropía habría sido asfixiado por una implacable y terrorífica maquinaria de control esclavizador en pro de los caprichos del emperador y de sus acólitos, similar (o incluso peor) que el régimen nazi del siglo XX. Había, por lo menos, tres cosas que favorecían la hegemonía de Nemrod: un único lenguaje para todos, la indefensión de la mayor parte de la población humana (especialmente de los que estaban obedeciendo la instrucción divina de expandirse por la superficie del suelo; claro está, a expensas de tomar la precaución de concentrar sus esfuerzos en prevenirse contra posibles agresiones bélicas) y la inusitada violencia de Nemrod como cabecilla de una jauría de depredadores humanos. Era, pues, completamente necesario obrar a favor de los inocentes y eliminar la amenaza en ciernes. Una línea de humanos piadosos, que posteriormente daría luz a bienhechores y profetas (entre ellos Abrahán, por ejemplo), corría grave peligro.