Todos los días tomo el tren en 3 estaciones diferentes para llegar a mi destino, ya sea casa o trabajo, y todos los días me encantan esos viajes en tren porque en primer lugar se han convertido en la única forma de acortar tiempo de viaje y en segundo lugar porque me resulta placentero compartir con la gente o simplemente observarla. Ahora que venía hacia mi casa me sorprendió que dos chicos que estaban sentados frente a mí no paraban de sonreír y murmurarse cosas, en un inicio me pareció tierno ver cómo parecían estar tan enamorados y luego, debo confesarlo, sentí envidia y hasta ira porque recordé que no recordaba cuándo fue la última vez que alguien me hizo sentirme así. Decidí no darle pie a esos sentimientos negativos y simplemente dirigirles una mirada de aprobación y sonreír también. En la penúltima parada la chica de unos 18 años acomodó sus pertenencias, se levantó y simplemente se bajó sin decir adiós ni mirar atrás y eso me pareció curiosísimo porque pensé que cómo era posible que hubiera errado en mi apreciación cuando la chica se notaba a millas que se estaba diviritiendo sinceramente. Luego, de pronto y probablemente ante mi mirada inquisidora, el muchacho de unos 22 años me ve con una sonrisa que casi rayaba en la burla y me dice: Señor, límpiese la nariz, tiene un enorme moco que nos ha venido matando de la risa a mí y a esa chica todo el viaje.