Las cantinas no son precisamente el mejor lugar para discutir de religiones, pero el necio de Valdemar acosaba a Marcelo hasta en la cantina, simplemente porque éste se negaba a aceptar la existencia de Dios. Marcelo no era filósofo ni letrado ni siquiera bachiller. Apenas era un humilde albañil ateo acorralado por Valdemar, plomero de oficio, para que reconociera que Diosito si existía. Y Marcelo, aburrido ya de la plática y con varios tequilas en el cerebro, dijo lo que se le ocurrió en ese momento, con tanta suerte que Valdemar se quedó perplejo, mudo, anonadado. "Ah pos si. Entonces Dios no existe". Después de eso, Valdemar se quedó pensativo, y Marcelo pudo por fin beber sus tequilas baratos sin el acoso intelectual al que solía someterlo el necio Valdemar. Pero debemos señalar que Marcelo nunca fue consciente de su poderoso argumento ni lo volvió a recordar. Ni siquiera Valdemar recordó, durante algún tiempo, de quien había sido el Argumento, ni que éste había sido esgrimido en una pequeña y poco conocida cantina llamada La Flor de Azcapotzalco.

Al día siguiente, Valdemar fue indignado a la iglesia de su barrio a reclamarle al cura Ponciano el haberlo mantenido tantos años creyendo en Dios “a lo tarugo”, que fue como Valdemar le dijo al padre Ponciano. Éste, sorprendido de que uno de sus más fieles seguidores le dijera semejante herejía, le preguntó la razón para tan burda e inoportuna aseveración. Valdemar le soltó al padre Ponciano el Argumento, y éste se quedó perplejo, mudo, anonadado. Valdemar se fue con la dignidad un poco más alta, abandonando sus creencias en Dios. El padre Ponciano no pudo conciliar el sueño esa noche.

Ponciano, cura desde hacia muchos años, acólito desde la más tierna infancia, jamás había dudado de la existencia de Dios. Ahora tampoco tenía dudas. Ahora sabía que Dios no existía. El Argumento era irrebatible. ¿Qué hacía entonces en la Iglesia, si Dios definitivamente no existía? Hacía el ridículo. ¿Y qué podía decirle ahora a los cientos de fieles que domingo a domingo venían a sus misas a escuchar las bondades de Dios? Sintió que era el momento de renunciar a la sotana, y fue inmediatamente a visitar al señor obispo, ese anciano bondadoso que lo había apadrinado a lo largo de toda su estancia en el seminario, y que lo había acompañado el día de su primer oficio religioso. La razón de la visita era esta vez muy diferente a otras ocasiones. Ponciano había decidido dejar la Iglesia para siempre, pues Dios definitivamente no existía.

El señor obispo Don Miguel no sabía si llorar o reír cuando escuchó la renuncia de Ponciano. Era ridícula. ¿Qué otra cosa podía hacer Ponciano en esta vida que no fuera oficiar para la Iglesia? "Dime, Ponciano: ¿Por qué crees tú que Dios no existe?” Y Ponciano le dio el Argumento. El señor obispo Don Miguel se quedó mudo, perplejo, anonadado, tanto que ni siquiera se dio cuenta cuando Ponciano tiró indignado la sotana en el piso y se marchó para siempre. El Argumento era demasiado sólido. Ni los más selectos escolásticos habían pensado que así fuera. Corrió a ver sus libros de Teología, aquellos que con tanto amor y fe había traído del Vaticano en ocasión de haberse doctorado en tan pía materia. Busco por todas partes en aquellos complicados y extensos libros, y no apareció nada que rebatiera el Argumento. El señor obispo Don Miguel se convirtió esa noche en ateo.

Lo primero que hizo Don Miguel después de una terrible noche sin poder dormir, fue hablarle al arzobispo para pedirle audiencia. El tema era obvio: o le daban algún contraargumento para rebatir el Argumento o no tendría razón seguir engañando a la población de su parroquia con el cuento de la existencia de Dios. El señor arzobispo, el reverendo Jaime, venía de una entrevista con el Nuncio cuando se encontró con un excitado Don Miguel, nervioso y alterado como jamás lo había visto. "¿De qué querías platicarme?, hermano Miguel", preguntó el arzobispo. "Vengo a decirle que Dios no existe", le contesto el obispo. "¿Y de dónde sacas esa tontería?”, preguntó el arzobispo. Y Don Miguel, de manera abrupta y sin consideraciones de ningún tipo, le soltó a bocajarro el Argumento al reverendo Jaime.

El reverendo Jaime paso la peor tarde de su vida, mudo, perplejo y anonadado. La renuncia de Don Miguel era lo que menos le preocupaba. Había un tema mucho más importante: ¿cómo decirle a la nación entera que Dios no existía, sin que esto generase enormes problemas de una magnitud difícil de imaginar? Prefirió, de momento, no hacerlo. Habló a su agencia de viajes, y pidió un boleto de avión para Roma en el primer vuelo que saliese.

Al día siguiente aterrizaba el ex-reverendo Jaime en Roma. ¿Por que ex-reverendo? Pues porque acababa de renunciar ante sí mismo a su carrera eclesiástica, totalmente frustrado por haber orientado su vida hacia una falacia. Iba a ver al Papa en ese momento, para informarle del enorme problema que se avecinaba, a medida que el Argumento iba escalando los peldaños de la jerarquía eclesiástica. Ahora sabía que en su país, México, se había presentado ya una renuncia masiva de curas, que trascendería el siguiente domingo, cuando los feligreses se encontraran con iglesias sin sacerdotes que oficiaran.

El Papa se sorprendió al ver a quien el consideraba todavía el reverendo Jaime, sin ropa eclesiástica. Pero eso no fue nada comparado con lo que ocurrió cuando escuchó el Argumento. Su ceño se frunció, sus facciones se tensaron, y un sudor frío por todo el cuerpo acompañó a los subsecuentes escalofríos. "Así que Dios no existe", exclamó el Papa en un arrebato de fuerza existencial. "Definitivamente no existe, tras de escuchar el Argumento", dijo para sí, retirándose a sus aposentos con cara de inmensa tristeza, y con lágrimas escurriendo por sus mejillas. Pasó el resto del día mudo, perplejo, anonadado.

Al día siguiente el Vaticano convocó a una conferencia de prensa en la que, por medio de su vocero oficial, la Iglesia Católica Apostólica Romana se declaraba definitivamente disuelta, tras de haber publicado oficialmente el Argumento.

En los dos días siguientes, el resto de las demás religiones del planeta, por medio de sus líderes y voceros oficiales, siguieron el ejemplo de la Iglesia Católica: ninguna creencia podía quedar soportada tras de esgrimirse el Argumento.

La humanidad, en términos generales, resultó bastante molesta e indignada en contra de las ya disueltas instituciones religiosas y sus líderes, por haberlos mantenido en la mentira y en la enajenación durante tantísimos años. Muchos ex-sacerdotes fueron golpeados e incluso asesinados por los ofendidos ex-creyentes. Las policías del mundo no se daban abasto para controlar la indignación pública por el engaño secular de las religiones. Muchas iglesias, templos, centros religiosos y santuarios, de todo tipo de religión y creencia, fueron saqueados, arrasados y hasta dinamitados por las masas ofendidas por la ya desaparecida enajenación religiosa.

Pero la vida continúa, y las manifestaciones, las destrucciones de edificios y símbolos religiosos, así como los linchamientos públicos de ex-sacerdotes, fueron viniendo a menos. La gente volvió poco a poco a sus ocupaciones habituales, a pesar del vacío que se había generado en sus cerebros, ya acostumbrados a las creencias religiosas, a los santos, a los milagros, a delegar su angustia en los diferentes dioses recién desaparecidos.

Todo parecía calmarse y olvidarse, cuando de repente, Valdemar, el humilde plomero mexicano que escuchó por primera vez el Argumento, recordó que su amigo Marcelo, el albañil, había sido el iluminado Profeta que, con su Divina Sabiduría, lo había esgrimido por vez primera, en un sacro lugar predestinado, llamado La Flor de Azcapotzalco.

Desde ese día, la gran mayoría de la humanidad adora al Argumento, cuyo Mesías es el legendario Marcelo, y cuyo principal apóstol se llama Valdemar, quien fue el primer Gran Sacerdote que rindió culto al Sagrado Argumento, desde el sacro lugar llamado La Flor de Azcapotzalco, principal centro religioso y santuario de la religión de los Argumentarios.

NOTA AL CIERRE DE LA EDICION: lamentablemente los Argumentarios han tenido diferencias de interpretación del Argumento, y hoy están divididos en varios grupos antagónicos, denominados los Argumentarios Valdemarianos, los Argumentarios Poncianos, los Argumentarios Miguelianos y los Argumentarios Jaimianos, entre muchos otros. Se prevén guerras, excomuniones y severas sanciones de la Santa Inquisición del Sagrado Argumento, entre todos ellos.