Decía Torquemada:
¿No crees que sería mucho más fácil que tu dios se nos presente y, con acciones totalmente convincentes, nos demuestre que realmente existe?
No sé de qué Dios hablamos. Desde un punto de vista no dogmático sino estrictamente racional es imposible negar la existencia de un Dios que, por medio de la Creación, se hace presente al homo sapiens desde hace ciento y pico mil años. Si el Universo tuvo un principio, y lo tuvo, algo o alguien creó el Universo, ¿no? Pues ese algo o alguien es el ser o la fuerza a la que llamamos Dios.

Lo que nos impide razonar sin embargo es nuestra pertenencia a una civilización o culura llamada ”cristiana”. El Dios que únicamente somos capaces de imaginar es el Dios que pintó Miguel Ángel en la Capilla Sixtina: un señor con barbas que separa con una mano la luz y las tinieblas y que con un dedo estirado dota de vida a Adán. El cristianismo nació con un terrible defecto de fábrica o diseño: sus orígenes. Estos orígenes hay que buscarlos en una religión tribal que se inventó un dios antropomorfo para interpretar y justificar moralmente migraciones y guerras; un dios cruel y vengativo, injusto y autocontradictorio al que la mente humana de la época dota de poderes mágicos. Es lo que el cristianismo llama “Dios Padre”. Pero dioses los hay a docenas. Desde Zeus y Brahma hasta la Serpiente Emplumada o Wotan.