Elisabeth, me vas a romper el brazo si te sigues aferrando así a mí. ¡Por Dios, vas a arrancármelo de cuajo! Aunque en el fondo me gusta, incluidos los grititos que genera tu laringe. Me hace sentirme tu fiel protector.
¡Déjate de chorradas y vámonos ya de aquí, por favor! Te lo suplico…
No voy a hacerte caso. Además, no tienes más remedio que seguirme. ¿Acaso te atreverías a ir hacia la salida tú sola?
¡Qué cruel eres! –me espeta, ligeramente cabreada.
¿Qué quieres? Yo no he podido ver al ejército de monjas, así que estoy comenzando a sentirme frustrado. Me gustaría ser capaz de vislumbrar alguna cosa extraña...
Y yo, que tengo ese don, desearía perderlo…
No deja de resultarme divertida esta empresa. Gozo como un niño, a pesar de que tú pareces estar sufriendo. Aunque, en el fondo, yo diría que también lo estás pasando bien. Son experiencias únicas para ti, y no las olvidarás jamás. ¿Me equivoco?
Max, ¿Por qué no intentas concentrarte para descubrir lo que yo soy capaz de ver? Me paso la vida intentando que puedas generar luz, atraer todo esto que nos rodea, que está ahí, aunque prácticamente nadie pueda verlo. Solo unos pocos elegidos…
Es el momento de utilizar la ouija. Acudimos a los sótanos. Elizabeth está muerta de miedo, pero ni siquiera se atreve a retroceder sobre sus pasos.
Esta me la pagarás, Max…
Trato de animarla un poco, relatándole más sucesos acaecidos en el edificio.
¿Sabes? Las salas que forman parte de este sótano acogían antiguamente un manicomio. Aquí dejaban abandonados a los enfermos mentales, imposibles de curar con la primitiva psiquiatría existente entonces. Fíjate, los más pirados eran incluso atados con grilletes para que no osaran escapar. De hacerlo… suponían un verdadero peligro para los ciudadanos. Los grilletes eran pasados por cadenas que se anclaban a las paredes.
¡Es verdad! ¡Observa las argollas incrustadas en la piedra! Ni siquiera se han molestado en quitarlas. ¿Por qué, Max? Eso puede atraer a los enfermos que murieron ahí…
¿Puedes ver alguno?
Aún no, pero puedo sentirlos. Esto está plagado de seres. ¡Ay, Dios mío! Por favor, Max, vámonos ya. Me estás matando. Si hubiera sabido que eras así…
¿Qué? ¿Me habrías dejado? Si en el fondo no dejas de disfrutar.
¡Y una mierda! –me grita, con mirada casi asesina.
Sus últimas palabras parecen resonarme como un eco en mis oídos, y de repente mi visión comienza a experimentar un impresionante cambio. Las paredes parecen moverse, hasta que una extraña forma comienza a cobrar vida desde la nada.
¡Elisabeth! ¡Puedo ver a alguien! ¡Es ahí, estoy seguro!
¿En esa argolla? Espera… a ver…
¿No lo ves? Es un pobre viejo con un solo diente. Implora que nos acerquemos, agitando los brazos.
¡Tienes razón! ¡Max, es fantástico, por fin puedes ver lo que yo veo! Pero… no te acerques a él. No… no es un alma buena, lo sé. Está intentando engañarnos. Si lo haces, se meterá dentro de ti, intentando controlar tu cuerpo y tu mente. Lo sé, hazme caso.
Vale, vale, no lo haré. Lo cierto es que, de haber entrado solo, habría caído en sus redes. Yo no puedo distinguir eso.
Pues dame las gracias, cabezón.
Te las doy, sí… Yo lo que deseaba era poder ver. Ahora ya lo he logrado.
Entonces vámonos de una vez. No soporto más estar aquí dentro metida.
Ah, de eso nada. Nos falta la ouija. Vamos a sentarnos en el suelo e invocamos a los espíritus.
Te he dicho que no, Max. Por lo que más quieras…
Si en el fondo se nota que estás pasándolo de lo lindo. A mí no puedes engañarme.
No, yo…
Mírate –le digo, cortándole de cuajo su respuesta si hasta tiritas de frío ahora. Los espíritus deben estar arremolinándose a nuestro alrededor, ¿no crees? Voy a invocar a uno de ellos, jeje.
¿Estás loco? Después no te quejes si sucede algo malo. He hecho todo lo que he podido por desaconsejarte esta barbaridad que pretendes.
Ignorándola por completo, hago colocar la señal de madera encima del tablero. A regañadientes, Elisabeth termina sentándose enfrente de mí.
Cojámosla con ambas manos, situando las tuyas encima de las mías. No pierdas tiempo, porque dentro de muy pocas horas amanecerá, y ya nada se podrá hacer.
La señal no tarda en movilizarse alrededor del tablero, en continuo zigzag.
¿Qué hace? ¿Por qué no se detiene de una vez en alguna letra? ¿O en el “sí” o “no”? –increpo.
Max, si no preguntas nada, esto no se va a detener en ningún lado. A veces tengo una paciencia contigo… ¡Que no te enteraaaaas!
¡Vale, valeeee! Ya voy… ¡Si hay alguien ahí, que se dirija al “sí”!
Bufff, si esto está lleno de espíritus, colega. Como quieran responder todos, se cargan la ouija.
Ah, perdón. Pues… ¿qué pregunto?
Pregúntales en plural, hombre –chasquea su lengua mientras mueve la cabeza, como teniéndome por un tipo sin remedio. Déjame a mí, yo lo haré. Esto… ¿cuántos sois?
La señal comienza a moverse con mayor rapidez. El uno y el ocho se marcan sucesivamente.
¡Joder, dieciocho! –exclamo, sacudiendo la mano.
Ya te lo dije, hay muchos. Sabes que yo puedo captarlo.
Sí, claro… ¿y ahora que les preguntamos?
Déjame pensar… ¡Ah, ya! ¿Por qué estáis aquí? ¿Qué os detiene en este lugar?
La ouija parece dudar ahora, zigzagueando sin cesar.
Se está volviendo loca la señal, Elisabeth. ¿No te impone respeto?
Sí, pero tú has empezado, así que ahora hay que terminarlo.
No, si yo no tengo miedo. Lo decía por ti…
Tranquilo, ahora estoy cómoda. No sé por qué motivo, pero lo estoy.
Mira, primero es una “A”, luego una “T”, y finalmente otra “A”. ¿Qué significa eso? No entiendo nada.
La señal no tarda en volver a moverse.
ESTAMOS AQUI POR CULPA DE ATA.
¿Y quién coño es ATA, si puede saberse? –resopla Eli.
Elisabeth, tampoco te pongas tan exigente, digo yo.
UN ASESINO –responden quienes quieran que muevan la susodicha ouija.
¿A… a quién mató? –sigue inquiriendo Eli.
A NUESTROS HIJOS.
¿Y… no lo encontráis?
Hay que ver como aguantas la respiración –le digo, con cara de alelado.
Max, cállate, por favor.
Nuestras manos son conducidas directamente al “No”.
¿Creéis que os podemos ayudar? –vuelve a inquirir Eli, casi obsesionada ahora con las respuestas de la oujia.
Parece no registrarse movimiento alguno, pero de repente la señal rueda hacia atrás, y luego se deposita en el mismo lugar, es decir, en el “No”.
¿Queréis que nos marchemos? –pregunto yo ahora, anteponiéndome a mi compañera.
Esta vez, el resultado es “Si”.
Eli y yo nos miramos, estupefactos. Pero no por ello nos arredramos.
¿Por qué? –digo finalmente.
NOS MOLESTAIS
Max, será mejor que nos vayamos. Sigue mi consejo.
Está bien, pero que conste que estaba comenzando a divertirme –le digo, aunque no estoy muy seguro de que sea lo que realmente siento.
Esto no es un juego. No tientes al diablo, recuerda…
Decidimos abandonar el sótano, para seguir explorando. A pesar de los pesares, me negaba a terminar con aquello tan pronto.
Max, los espíritus se han manifestado a través de la ouija, sí. Pero yo he sentido cómo uno de ellos me susurraba en el oído.
¿Dices la verdad?
¿De qué te extrañas? Dime… ¿por qué iba a mentirte?
¿Y qué se supone que te ha dicho?
No se supone. “ME HA DICHO” –dice, deletreándome cada palabra.
Vale, de acuerdo. Pues dime qué “TE HA DICHO” –le respondo de igual manera.
Era… ATA.
¿Quién era “atea”? ¿Había ateas en la conversación?
Eli me mira gruñendo.
¡He dicho ATA!
Vamos, estás de coña. “A otro perro con ese hueso”.
¡Joder, nunca me tomas en serio, Max!
¡Que sí, que “síiiiii”! A ver, cuéntamelo.
Dicen que ellos no pueden verle, aunque siga ahí. Pero se ha sorprendido de que yo pueda sentirle, y por eso se ha apresurado a susurrarme al oído. Me ha dicho que él no deseaba matar a esos niños, y que había sucedido de forma accidental. Por culpa de ello había estado recluido en el sótano toda su vida, y encima tenía que cargar ahora con los familiares de esos niños. Le buscarían hasta el fin de los tiempos. No pudieron tomar venganza mientras vivían, al estar protegido entre estos muros, pero al morir decidieron buscarle. Sin embargo, descubrió una forma de ocultarse que ellos jamás alcanzarán a conocer.