Había una vez una princesa en lo alto del castillo, con largas trenzas, ojos transparentes, sueños eternos de caballeros y dragones, que sonreía y era capaz de llorar a la vez sin que se notara, que reía a carcajadas y sabía callar, que gozaba, amaba, moría y revivía, la de colores y estrellas, la que se enmarañaba y se deshacía, la que hacía que los demás se sintieran como en un sueño hermoso...

Yo la conocí. Vivía en un castillo amplio y frío, con vistas sublimes a un mar azul turquesa y a una montaña tan blanca como lejana. O era un jardín japonés? No lo recuerdo, pero había agua... La princesa parecía de cristal pero solo si te acercabas lo suficiente, lograbas ver que no era frágil, que si cantaba, en su canto renacía la vida... era suave como el terciopelo y clara como el agua del manantial.

Muchas Felicidades, mi queridísima princesa!
Te quiero mucho y soy afortunada porque eres real. No necesito soñar contigo, porque incluso en la distancia, siempre estás cerquita.
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Siempre para mi Enca, muchos besos y abrazos.