Cuando la tierra tiembla… la gente suele cambiar y mejorar su forma de ser con sus semejantes.
El malo se torna bueno; el avaro se transforma en caritativo; el colérico en manso; el guapetón en pusilánime; el tacaño se vuelve muy dadivoso y servicial; al ateo se le ve repentinamente de rodillas, muy religioso y orándole a Dios; y corazones duros como piedra, se vuelven blandos como mantequilla!
La gente sufre una transformación positiva en su persona luego de una tragedia, aunque desgraciadamente sólo sea por pocas horas o minutos; y en ese lapso de tiempo se muestran ante el mundo como en realidad deberían ser siempre.
El que no comprende los designios divinos tiende a blasfemar diciendo: “¡Dios no es justo!” Sin embargo, todo lo que ocurre en el Universo visible o invisible obedece a causas justas y sublimes, a leyes y procesos naturales que el torpe ignorante no puede ver ni sabe interpretar.
Esas terribles calamidades que arrasan con todo, nos guste o no, ocurren con el permiso del Creador para demostrarles a los insignificantes seres humanos lo frágiles que son materialmente; para que modifiquen su forma de ser; para que practiquen la humildad; para que frenen su ambición desmedida; para que no le rindan tanta veneración a la materia corruptible y destructible, sino al espíritu indestructible; para que expiemos los actos perjudiciales que fraguamos cada día contra quienes nos rodean; y también para probar nuestra paciencia y resignación frente a lo que consideramos “infortunios”, y broten de nuestra alma las buenas obras, los buenos pensamientos hacia nuestro prójimo.
En el aspecto geológico, incluso la misma Tierra necesita de las conmociones sísmicas naturales para que las capas concéntricas subterráneas se reajusten y adopten niveles más cómodos y seguros.
Son necesarias, en lo social, porque inducen al hombre a construir viviendas mejores y más seguras. Lo inducen a proteger las plantaciones agrícolas con mayor eficiencia; y además, lo impelen hacia la creatividad y a agilizar su inteligencia.
En el aspecto biológico, son necesarias las catástrofes porque de esa forma se controlan las grandes cantidades de seres que nacen, lo cual conllevaría a la explosión demográfica, y se mantienen a todas las especies en equilibrio. De no ser por esas grandes barridas las cantidades de seres vivos podrían llegar a ser tan colosales que sería imposible la convivencia, a como si mil personas habitasen todos juntos en una pequeña habitación.
En lo espiritual, las tragedias y calamidades son, en fin, procedimientos que Dios permite bondadosamente para que nos corrijamos nuestros arraigados defectos morales a los cuales nos aferramos y que no queremos abandonar, aunque sabemos que nos acarrean un daño profundo y con los cuales contaminamos a otras personas.
Indudablemente hacen falta más terremotos, más ciclones, más inundaciones, porque está comprobado que son buenas fórmulas para que la gente progrese y se mejore espiritualmente en beneficio propio y de toda la humanidad.