Ella se parecía a mí: sus ojos, su pelo, sus gestos, todo, hasta el acento mismo de su voz; se decía que era igual a mí, pero más dulce, más hermosa. Como a mí, le gustaban los paseos y la reflexión solitaria, buscaba el saber oculto y deseaba comprender el mundo; pero no sólo con eso, sino con poderes más amables que los míos: compasión, sonrisas y lágrimas que yo no tenía; ternura que sólo ella sentía; humildad que yo jamás tuve. Sus faltas eran las mías, y sus virtudes, suyas. La amé y yo mismo la destruí.
George Gordon (Lord Byron)