La Verdad nos hará libres.
En la época de Jesús, el porcentaje de analfabetos era muy elevado. Muy poca gente sabía escribir.
Prácticamente no existen referencias a Jesús, aparte de los evangelios.
Podríamos pensar que se debe a esta circunstancia, de que pocas personas sabían escribir.
En el caso de Jesús, y según los evangelios, no parece que faltaran personas que conocieron a Jesús y que sabían escribir.
Movía masas. Hubo un juicio fuera de lo normal (la mujer de Poncio Pilato tomó parte en este juicio).
El sol se oscureció. El velo del templo se rasgó. Hubo terremotos.
Muchos muertos salieron de sus tumbas y fueron a la ciudad.
…Y de todo eso… nada de nada… fuera de los evangelios.
La Verdad nos hará libres.
Podría ser que tanto los terremotos, los muertos y la cortina del templo fuesen eventos invisibles, como la coronación de Jesús en 1914.
Todo calzaría a la perfección:
Un terremoto en el cielo, y las cortinas que ocultan a los muertos en el templo, ahora rotas, dejaron ver los, también simbólicos, cadáveres.
Y todo ocurrió mientras flavio josefo se indigestó con los panes ácimos que devoraba a orillas del mar muerto, razón por la que el evento quedó fuera de las crónicas.
Jamás comprenderás la inmensidad de La Nada.
Efectivamente. En cuestiones de religión, resulta de lo más normal pensar que aquello que sucedió, resultaba ser invisible, pero completamente cierto.
Cabe la posibilidad de que cuando muera, efectivamente haya Dios y me pregunte ¿Porqué no creíste en mí? Y al igual que Russell, le diga: “No dejaste demasiadas evidenciasde de tu existencia”, o algo parecido.
Última edición por tomas0402; 15-ene.-2020 a las 09:05
La Verdad nos hará libres.
Creo que todos hemos escuchado de ese cuentecillo en el que un náufrago rechaza repetidamente intentos de salvamento porque tiene fe en que Dios lo salvará. Al morir ahogado va al cielo y le reclama por qué no acudió a rescatarlo. Dios le contesta que lo hizo pero a través de los medios materiales que el náufrago tonto rechazó.
Un complemento de este cuento sería otro en el que el ateo muere, se encuentra con Dios, y este le da la bienvenida y lo felicita por haber creído en Él.
Cuando el ateo le replica sorprendido "Es que yo fui ateo hasta mi último suspiro: ¡Jolines, deberías saberlo si eres Dios!" , Dios le explica que cada vez que actuó en esta vida con confianza y esperanza en la humanidad, en sí mismo, en su misión, destino o proyecto, actuó con fe en Él.
En realidad, el cuentecillo este que me inventé está demás.
En el mismo Evangelio de Mateo capítulo 25, Jesús describe el Juicio Final, en el que las personas son salvadas o condenadas no con base en sus creencias, sino por la forma en que trataron a sus semejantes, principalmente a los que los necesitaban más.
Última edición por Teheran; 15-ene.-2020 a las 14:24
Sois los frutos de un solo árbol y las hojas de una misma rama. Trataos unos a otros con el mayor amor y armonía, con amistad y compañerismo.
¡Aquel que es el Sol de la Verdad es Mi testigo! Tan potente es la luz de la unidad que puede iluminar a la tierra entera
Bahá'u'lláh
Te entiendo.
Espiritualmente sigo siendo amante de los árboles de Navidad. Con otro grado de madurez, tú y otros han pasado al gusto por especies más nobles y sobrias.
Aún así, me entusiasma pensar que existe todavía una especie desconocida para ti y para mí, un "Arbol de la Vida", que tú reconocerás mucho antes que yo, pero del que finalmente los dos (o más probablemente nuestros nietos) algún día comerán.
Sois los frutos de un solo árbol y las hojas de una misma rama. Trataos unos a otros con el mayor amor y armonía, con amistad y compañerismo.
¡Aquel que es el Sol de la Verdad es Mi testigo! Tan potente es la luz de la unidad que puede iluminar a la tierra entera
Bahá'u'lláh
Erase una vez, dos monjes zen que caminaban por el bosque de regreso a su monasterio.
En su camino debían de cruzar un río, en el que se encontraron llorando una mujer muy joven y hermosa que también quería cruzar, pero tenía miedo.
– ¿Que sucede? – le preguntó el monje más anciano.
– Señor, mi madre se muere. Está sola en su casa, al otro lado del río y no puedo cruzar. Lo he intentado – siguió la mujer – pero me arrastra la corriente y nunca podré llegar al otro lado sin ayuda. Ya pensaba que no volvería a verla con vida, pero aparecisteis vosotros y podéis ayudarme a cruzar…
– Ojalá pudiéramos ayudarte – se lamento el más joven. Pero el único modo posible sería cargarte sobre nuestros hombros a través del río y nuestros votos de castidad nos prohíben todo contacto con el sexo opuesto. Lo lamento, créame.
– Yo también lo siento- dijo la mujer llorando desconsolada.
El monje más viejo se puso de rodillas, y dijo a la mujer: – Sube.
La mujer no podía creerlo, pero inmediatamente cogió su hatillo de ropa y montó sobre los hombros del monje.
Monje y mujer cruzaron el río con bastante dificultad, seguido por el monje joven. Al llegar a la otra orilla, la mujer descendió y se acercó con la intención de besar las manos del anciano monje en señal de agradecimiento.
– Está bien, está bien- dijo el anciano retirando las manos. Por favor, sigue tu camino.
La mujer se inclinó con humildad y gratitud, tomo sus ropas y se apresuró por el camino del pueblo. Los monjes, sin decir palabra, continuaron su marcha al monasterio… aún tenían por delante diez horas de camino.
El monje joven estaba furioso. No dijo nada pero hervía por dentro.
Un monje zen no debía tocar una mujer y el anciano no sólo la había tocado, sino que la había llevado sobre los hombros.
Al llegar al monasterio, mientras entraban, el monje joven se giró hacia el otro y le dijo:
– Tendré que decírselo al maestro. Tendré que informar acerca de lo sucedido. Está prohibido.
– ¿De qué estás hablando? ¿Qué está prohibido? -dijo el anciano
– ¿Ya te has olvidado? Llevaste a esa hermosa mujer sobre tus hombros – dijo aún más enojado.
El viejo monje se rió y luego le respondió:
– Es cierto, yo la llevé. Pero la dejé en la orilla del río, muchas leguas atrás. Sin embargo, parece que tú todavía estás cargando con ella…
(Cuento Zen - Álvaro López Morcillo)
La Verdad nos hará libres.