Cuando él estaba en Betania, comiendo en casa de Simón el leproso,
se le acercó una mujer con un frasco de alabastro
lleno de un aceite perfumado muy caro, de nardo puro.

Después de romper el frasco,
comenzó a derramárselo a Jesús en la cabeza.
 Al ver esto, algunos se indignaron y comentaron entre ellos:
“¿A qué viene este desperdicio de aceite perfumado?


Este aceite perfumado se podría haber vendido
por más de 300 denarios... ¡y ese dinero
se les podría haber dado a los pobres!”.

Se enojaron muchísimo con ella.


Pero Jesús les dijo: “Déjenla tranquila.
¿Por qué quieren causarle problemas?
Ha hecho algo muy bueno por mí.
Porque a los pobres siempre los tienen con ustedes
y los pueden ayudar cuando quieran,
pero a mí no me van a tener siempre.


Ella hizo lo que pudo; derramó de antemano aceite perfumado
sobre mi cuerpo, en vista de mi entierro.


Les aseguro que, en todo el mundo,
en cualquier lugar donde se prediquen las buenas noticias,
también se contará lo que hizo esta mujer, y así será recordada”.
(Marcos 14:3-9)
https://wol.jw.org/es/wol/h/r4/lp-s