Volvía de su encierro de ultratumba cada 23 de abril.

Recordaba que en una fecha como esa, hacía muchos años atrás, había decidido acabar con todo lo que le había lastimado en vida.

No había sido fácil. Había tenido que despedirse de todo aquello que amaba, incluyendo al hijo aquel, que le traía solo penas. Pero el amor de madre que todo lo perdona, había sido más poderoso que el desasosiego de ver como el vástago se destruía a sí mismo.

Venía de visita únicamente para oler las flores. Siempre amó las rosas. Y éstas nunca faltaban en su tumba.