Estoy de acuerdo contigo, Tomás.
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Permítanme comentarles algo personal:
Te cuento que por años fui adventista del séptimo día, y como tal le daba una importancia suprema a los Diez Mandamientos tal como estaban escritos.
Como podrán imaginar, que el descanso semanal fuera el séptimo día, y no el primero como lo hacen muchos cristianos, ni el viernes como lo hacen los musulmanes, era señal de obediencia auténtica a Dios.
Como el mandamiento decía "séptimo" pues era séptimo y cualquier otra cosa era una aberración.

Y si decía "No harás trabajo alguno" pues era "no harás trabajo alguno".

Una de las cosas que vino a enseñar Jesús es que hay un principio espiritual detrás del texto, y que es ese principio, y no el texto, el que constituye la esencia divina del mandamiento.
En el caso del cuarto mandamiento, el principio esencial es hacer una pausa en nuestro ajetreo diario y dedicar tiempo a Dios, tomarse el tiempo para recordarle como Creador y Sustentador.
Es el mismo principio en el que se basa el ayuno o la oración: Detenerse y reflexionar.

Jesús se decía "Señor del Sábado" para enfatizar que El Logos, El Verbo, La Palabra, el Mensaje eterno de Dios, es el origen del mandamiento escrito en piedra.
Y que vivir el sábado depende de conectarse a Dios, más que de seguir al pie de la letra un texto.
Por eso no tenía empacho en tener un sábado muy activo ayudando a la gente, ni miraba más que alguien salvara a una oveja que había caído en un pozo.
La letra, aislada del principio que le dio vida, asfixia al hombre. "Porque la letra mata, pero el Espíritu da vida".