Cuando Jesús vino a la tierra, pudo haberse dejado influenciar por el fariseísmo del clero religioso judío. Pudo haber aprovechado su conocimiento y haber sacado provecho de él para establecerse como un hombre famoso, como perseguían los fariseos de sus días:


Mat.23:2 “Los escribas y los fariseos se han sentado en la cátedra de Moisés. 3 Por eso, todas las cosas que les digan, háganlas y obsérvenlas, pero no hagan conforme a los hechos de ellos, porque dicen y no hacen. 4 Atan cargas pesadas y las ponen sobre los hombros de los hombres, pero ellos mismos ni con el dedo quieren moverlas. 5 Todas las obras que hacen, las hacen para ser vistos por los hombres; porque ensanchan las cajitas [que contienen escrituras] que llevan puestas como resguardos, y agrandan los flecos [de sus prendas de vestir]. 6 Les gusta el lugar más prominente en las cenas y los asientos delanteros en las sinagogas, 7 y los saludos en las plazas de mercado, y el ser llamados por los hombres Rabí.


Pero Jesús tenía una misión completamente diferente. Él venía con un mensaje procedente de Jehová para los judíos y el resto del mundo. No estaba dispuesto a dejar de pensar según la personalidad de su Padre: lo que le gusta y lo que no, y cómo ve ciertos asuntos y lo que había sido enviado a enseñar y hacer. De esa manera, Jesús hizo suyos los pensamientos de Dios. Nosotros podemos hacer lo mismo si estudiamos Su Palabra escrita y seguimos sus sabios consejos. Seremos más sabios si nos sometemos a la guía de Dios, en vez de dejar que otros humanos y sus caminos equivocados y agendas egoístas nos desvíen de nuestro propósito de servir a Dios en espera de su promesa de un mundo de paz venidero.