[Apologética y teodicea. Comentario 1].
Nunca olvidaré la conversación que en los ambientes universitarios de Biología tuve con un ateo, quien en la niñez había sido creyente. Por alguna razón que ahora no recuerdo bien, salió a relucir el tema de la inspiración divina de la Biblia y la creencia en el Dios del Antiguo Testamento. Pues bien, después de más o menos un cuarto de hora de interlocución, el ateo se puso un poco intransigente y me dio a entender, con sutileza, que mi postura a favor de la Sagrada Escritura adolecía de una considerable falta de formación lógica y científica. Yo, por mi parte, desgraciadamente, no supe reaccionar con sabiduría y le parafraseé con cierto reproche el pasaje bíblico que se encuentra en la epístola del apóstol Pablo a los cristianos romanos, capítulo 1, versículo 20: "Porque las cosas invisibles de él (se sobreentiende: de Dios), su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa" (Biblia de Reina-Valera de 1960). Acto seguido, el ateo me contestó de una manera tan magistral y sorprendente que me dejó boquiabierto. Quedé aturdido, y no pude reaccionar. De hecho, llegué a sertir lástima de mí mismo y de mi propia fe cristiana, porque percibí interiormente que ésta podría desmoronarse progresivamente en el futuro inmediato. ¿Cuáles fueron sus palabras?