Dieciséis años después de la muerte, resurrección y ascensión de Jesucristo hubo quienes alegaron que la circuncisión carnal era necesaria para la salvación eterna. Así sucedió en Antioquía, Siria, donde los discípulos de Cristo fueron llamados por primera vez cristianos (Hechos 11:26)
La congregación de Antioquía envió a Pablo y su compañero misional Bernabé y otros para que “subiesen a los apóstoles y ancianos en Jerusalén respecto a esta disputa.” (Hechos 15:1,*2)
De manera que hubo un concilio de los apóstoles y ancianos de la congregación de Jerusalén, para rendir un fallo en cuanto a si era necesario que los no*judíos que creían en Cristo fueran circuncidados exteriormente en la carne.
Finalmente, después de mucha discusión y de producirse evidencia que tenía que ver con el caso, el discípulo Santiago recurrió a las palabras pertinentes de Amós 9:11,*12 que habían sido inspiradas por espíritu santo de Dios y que estaban ya cumpliéndose bajo la guía del espíritu santo. Estaba claro que aquí estaba la dirección del espíritu santo de Dios en el sentido de que la circuncisión exterior en la carne no*era necesaria para los creyentes gentiles que habían sido sacados de las naciones para el nombre de Jehová. Indudablemente el espíritu santo de Dios había evocado este texto bíblico decisivo en la mente de Santiago y también lo guió en cuanto a recomendar los puntos prominentes que habían de abarcarse en la resolución que sería emitida por el Concilio de Jerusalén. Así decía el decreto del Concilio:
“Al espíritu santo
y a nosotros mismos nos ha parecido bien
no*añadirles ninguna otra carga,
salvo estas cosas necesarias:
que sigan absteniéndose
de cosas sacrificadas a ídolos
y de sangre
y de cosas estranguladas
y de fornicación.
Si se guardan cuidadosamente de estas cosas,
prosperarán. ¡Buena salud a ustedes!” (Hechos 15:3-29; 21:25)