UN TRADUCTOR QUE RESPETABA EL NOMBRE DE DIOS
En noviembre de 1857, un misionero de 26 años llamado Hiram Bingham II llegó con su esposa a las islas Gilbert (actualmente Kiribati). El barco misionero en el que hicieron el viaje estaba financiado con los modestos donativos de los niños de la Escuela Dominical Americana. Sus patrocinadores le pusieron el nombre
Morning Star (Estrella de la mañana) para reflejar su creencia en el Reino Milenario.
“La salud de Bingham era delicada. Padecía frecuentes trastornos intestinales y una dolencia crónica en la faringe que le dificultaba hablar en público; además, tenía la vista tan débil que no podía pasar más de dos o tres horas al día leyendo.” (
Cinderellas of the Empire [Cenicientas del Imperio], de Barrie Macdonald.)
A pesar de ello, se propuso aprender el idioma gilbertense, tarea nada fácil. Lo primero que hizo fue elaborar una lista con los nombres de las cosas. Para ello señalaba con el dedo los objetos que veía y preguntaba cómo se llamaban. Después de haber recopilado unos dos mil términos, le hizo esta oferta a uno de sus conversos: un dólar por cada cien nuevas palabras.
El tesón de Bingham recibió su recompensa. Para 1865, año en que se vio obligado a abandonar las islas por motivos de salud, no solo había ideado un sistema de escritura para el gilbertense, sino que había traducido los Evangelios de Mateo y Juan. Cuando regresó, alrededor de 1873, ya tenía el Nuevo Testamento completo en ese idioma. Y en el año 1890, después de otros diecisiete años de incansable trabajo, terminó de traducir la Biblia.
La Biblia de Bingham aún se utiliza en Kiribati. Quienes la lean verán que el nombre de Dios en gilbertense (Iehova) aparece miles de veces en las Escrituras Hebreas y más de cincuenta en las Griegas. Sin duda, Hiram Bingham fue un traductor que respetó el nombre de Dios.