“Dios” y “Padre” no son distintivos.
El título “Dios” no es ni personal ni distintivo (una persona incluso puede hacer un dios de su vientre;
Flp 3:19). En las Escrituras Hebreas la misma palabra
(ʼElo·hím) se aplica a Jehová, el Dios verdadero, y a los dioses falsos, como el dios filisteo Dagón (
Jue 16:23, 24; 1Sa 5:7) y el dios asirio Nisroc. (
2Re 19:37.) El que un hebreo le dijese a un filisteo o a un asirio que adoraba a “Dios [
ʼElo·hím]” obviamente no hubiera bastado para identificar a la Persona a quien iba dirigida su adoración.
La obra
The Imperial Bible-Dictionary, en sus artículos sobre Jehová, ilustra bien la diferencia entre
ʼElo·hím (Dios) y Jehová. Dice del nombre Jehová: “En todas partes es un nombre
propio que señala al Dios personal y solo a él, mientras que Elohím comparte más el carácter de un nombre
común, el cual, por lo general, se refiere al Supremo, aunque no necesaria ni uniformemente [...]. El hebreo puede decir
el Elohím, el Dios verdadero, en contraste con todos los dioses falsos; pero nunca dice
el Jehová, pues el nombre Jehová es exclusivo del Dios verdadero. Dice vez tras vez
mi Dios [...], pero nunca
mi Jehová, pues cuando dice
mi Dios, se refiere a Jehová. Habla del Dios de Israel, pero nunca del Jehová de Israel, pues no hay ningún otro Jehová. Habla del Dios vivo, pero nunca del Jehová vivo, pues no puede concebir a Jehová de otra manera que no sea vivo” (edición de P. Fairbairn, Londres, 1874, vol. 1, pág. 856).
Lo mismo es cierto del término griego para Dios,
The·ós. Este vocablo se aplicaba de igual manera al Dios verdadero y a dioses paganos como Zeus y Hermes, dioses griegos que correspondían a los romanos Júpiter y Mercurio. (Compárese con
Hch 14:11-15.) Las palabras de Pablo en
1 Corintios 8:4-6 presentan la verdadera situación: “Porque aunque hay aquellos que son llamados ‘dioses’, sea en el cielo o en la tierra, así como hay muchos ‘dioses’ y muchos ‘señores’, realmente para nosotros hay un solo Dios el Padre, procedente de quien son todas las cosas, y nosotros para él”. La creencia en numerosos dioses, que hace necesario que el Dios verdadero se distinga de los falsos, ha continuado hasta nuestro siglo XXI.
La referencia de Pablo a “Dios el Padre” no significa que el nombre del Dios verdadero sea “Padre”, pues esta designación aplica asimismo a todo varón humano que sea progenitor y también se refiere a hombres que son padres en otros sentidos. (
Ro 4:11, 16; 1Co 4:15.) Al Mesías se le da el título de “Padre Eterno”. (
Isa 9:6.) Jesús llamó a Satanás el “padre” de ciertos opositores asesinos. (
Jn 8:44.) El término también se aplicó a los dioses de las naciones. Por ejemplo: en la poesía de Homero al dios griego Zeus se le representaba como el gran dios padre. En numerosos textos se muestra que “Dios el Padre” tiene un nombre diferente del de su Hijo. (
Mt 28:19; Rev 3:12; 14:1.) Pablo conocía el nombre personal de Dios, Jehová, como aparece en el relato de la creación en Génesis, registro del que citó en sus escritos. Ese nombre, Jehová, distingue a “Dios el Padre” (compárese con
Isa 64:8), e impide cualquier intento de fusionar o mezclar su identidad y persona con la de cualquier otro a quien pueda aplicársele el título “dios” o “padre”.