El apóstol Juan, que tenía la esperanza de vivir en el cielo,
dijo a sus coherederos de vida celestial:
“Amados, ahora somos hijos de Dios,
pero todavía no se ha manifestado lo que seremos.
Sí sabemos que cuando él sea manifestado
seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es”.

Estos tendrán un cuerpo semejante
al “cuerpo glorioso” de Jesucristo ,
que es “la imagen del Dios invisible”,
“el reflejo de su gloria y la representación
exacta de su mismo ser”.

Por consiguiente, recibirán cuerpos incorruptibles
con inmortalidad inherente,
a diferencia de los ángeles
y los hombres, que son mortales.