LOS cristianos primitivos
no enseñaban que hubiese un purgatorio,
no adoraban imágenes,
no rendían culto a ningún “santo”
ni veneraban reliquias.

Tampoco participaban en la política
ni recurrían al guerrear carnal.

Pero para el siglo XV,
nada de esto era cierto de muchos
de los que profesaban ser sus imitadores.