Esta reflexión está motivada por el hecho de que dada una situación "x" en cualquier ámbito de la vida, el proponente no puede, bajo circunstancias normales, culpar al adversario de querer interponerse entre la cosa y el avance de la misma, o dicho en términos no adversativos, las partes relacionadas deben establecer de común acuerdo el alcance de la cuestión con todas las posibles consecuencias que eso conlleve, como que en definitiva no logren ponerse de acuerdo o que una de las partes deba ceder y admitir que desde un inicio no planteó el problema desde la perspectiva u óptica adecuada, o semánticamente, no lo definió bien.

Esto es aplicable a cualquier entorno de convivencia humana y tenerlo en cuenta hará que la vida sea más simple porque, siempre y cuando se den condiciones normales, o uno de los implicados va a ceder o de común acuerdo van a convenir en que no hay acuerdo. En este caso, suponer condiciones normales significa por ejemplo excluir la estupidez humana o la necedad o saber que simplemente hay barreras que anulan cualquier posible comunicación como el idioma o un estado comatoso.
No creo que en la vida cotidiana esas condiciones apliquen.
Quizás en una reunión empresarial o académica, o militar o políticos administrativa donde se toquen temas específicos, e incluso haya algún sistema de votación o posicionamientos hacia una tesis u otra.

En una conversación diaria común o en una forística es común que se desvíen los temas iniciales. O incluso, como suelo trabajar yo, recurrir a ejemplos, que no siempre son entendidos por el interlocutor como relacionados con el tema inicial.
Es común que cuando se plantea un ejemplo que de alguna manera puede parecer un caso similar al discutido, la contra parte indique tajantemente "eso no tiene nada que ver con lo que estamos tratando".
Posiblemente si tenga que ver, en cuanto al planteamiento de la controversia y camino hacia una solución genérica, pero no sea especifica al caso, es un ejemplo. Otras veces, ya llevándolo a otro nivel, sea ese ejemplo cercano a una jurisprudencia o precedente vinculante, por así decirlo.
Claro, esta el peligro de que se desvíe la discusión o conversación del tema principal tratado, y termine hablándose del ejemplo.... Y por ahí se va.

Esto me hace recordar (y aquí empiezo) un artículo que leí hace poco:

BUENO de no leer es que, digas lo que digas, casi siempre te parece que lo que dices es muy original. Lo malo de leer es que, digas lo que digas, en cuanto te descuides acabas descubriendo que incluso las cosas que te parecen más originales ya se habían dicho mucho antes de que tú las dijeses. Conclusión: si quieres seguir sintiéndote muy inteligente, no leas, amigo lector, no leas.

Hace unas semanas publiqué en esta columna un artículo titulado La barbarie de la literalidad, donde anuncié la invasión del mundo por una nueva especie: los tontos cultos; pues bien, hace 90 años Ortega escribió un texto titulado La barbarie del ‘especialismo’, donde anunció la invasión del mundo por una nueva especie: los sabios ignorantes. No es lo mismo, de acuerdo, pero se parece. Para Ortega, el sabio ignorante era el especialista, es decir, el hombre que sabe muy bien su mínimo rincón del universo, pero ignora de raíz todo el resto, lo que lo convierte en un sabio superficial y un ignorante profundo, incapaz de dotar de un sentido genérico a su ínfima parcela de conocimiento; también lo convierte en el prototipo del hombre-masa, uno de los conceptos más divulgados y peor entendidos de Ortega, porque no se refiere a una clase social sino a una clase de hombre caracterizado por la falta de humildad intelectual y por la incapacidad para escuchar y para someterse a instancias superiores: el sabio ignorante se comporta en todas las cuestiones que ignora “no como un ignorante, sino con toda la petulancia de quien en su cuestión especial es un sabio”.

Hace un año pasé seis semanas felices en Oxford, dictando un ciclo de conferencias. Dos cosas me llamaron la atención: la primera es que a mis rollos literarios asistían todo tipo de gentes, incluidos filósofos, historiadores, antropólogos o politólogos, lo que resulta casi impensable en la universidad española; la segunda es que el propio diseño de la universidad es una declaración de principios contra la barbarie del “especialismo”: la prueba es que no está organizada por departamentos o facultades –es decir, por especialidades–, sino por colleges donde conviven expertos en todas las materias y donde uno desayuna con un biólogo, come con un latinista y cena con un matemático. Nadie está diciendo que no haya que especializarse; lo que digo es que no basta con saber mucho de una cosa: hay que saber mucho de una cosa y un poco de muchas, porque sólo en el contexto de éstas tiene un sentido aquélla. Por lo demás, para Ortega el sabio ignorante estaba confinado al ámbito de la ciencia; hoy, en cambio, los tontos cultos están por doquier, empezando por las llamadas ciencias sociales y humanas. De hecho, la misma denominación delata la tontería culta, porque uno de los síntomas inequívocos de ésta son las pretensiones de cientificidad; la expresión ciencias sociales (no digamos humanas) contiene casi un oxímoron: sólo en un sentido lato o metafórico se puede hablar de ciencia cuando se trata de la sociedad (no digamos de los hombres) y casi nada tiene de científico el estudio de los fenómenos sociales (no digamos humanos). La política, por ejemplo. Ninguna peluquera tiene un juicio más certero sobre física o matemáticas que el más humilde físico o matemático, pero Maite, mi peluquera de Verges, acertó de lleno el resultado de las últimas elecciones generales cuando todos los politólogos se equivocaron. Hablo en serio: lean El juicio político de los expertos, un libro donde Philip E. Tetlock demuestra con datos abrumadores que los aciertos de los especialistas no superan los de gente corriente y bien informada. Esto no significa que no haya que escuchar a los expertos; lo que significa es que, salvo cuando se trata de ciencias auténticas, nadie puede ahorrarle a nadie el trabajo de forjarse un juicio propio. Y, por cierto, que después de todo la democracia no es tan mala idea.

Nadie puede ahorrárnoslo. Y menos que nadie, amigo lector, los sabios ignorantes o los tontos cultos, que son de lejos la peor especie de tontos e ignorantes, porque ni siquiera sospechan lo que son y por tanto no pueden poner remedio a su tara.


http://americanuestra.com/javier-cer...-peor-especie/
Ya se, ya se.
¿Que tiene que ver este articulo con el tema abierto?
Pues en mi manera de trabajar con ejemplos, este articulo expresa mucho mi sentir en las conversaciones diarias o en los temas foristicos.
En la mayoría de los casos la especialidad de tu o tus interlocutores no es la misma que la tuya. Por eso uno no puede ser especialista en muchos temas a tratar. Y hay que ser mas abierto, por que cada interlocutor buscara desviar el tema hacia la especialidad que maneja, o también, tratar otra especialidad, como el caso de la peluquera del artículo, y sin embargo, no hay que menospreciar su opinión, aun no siendo especialista y dar argumentos no ortodoxos y hasta francamente fuera de la especialidad tratada.

¿Desvie mucho el tema?