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Tema: Pseudoveltíosis natanatórica.

  1. #111
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    01-noviembre-2016
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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 106]
    Durante la ya malsana procuraduría de Floro se desencadenaron nuevos disturbios en Cesarea que motivaron la retirada de los judíos de esa ciudad a otra cercana, y además el encarcelamiento por este procurador de doce judíos destacados que habían acudido a quejarse provocaron la indignación de los hebreos en Jerusalén. Y por si ello fuera poco para terminar de excitar los ánimos, Floro se apropió de 17 talentos de oro del tesoro del Templo con el pretexto de que el César los necesitaba. Nerón, en efecto, andaba escaso de dinero para sus enormes gastos y dispendios imperiales, pues, entre otros lujos, se había construido un suntuoso palacio, la “Domus Áurea”, en la propia Roma, ocupando una gran parte del recinto urbano de la capital; por consiguiente, el tesoro imperial estaba agotado. Ello condujo a que se aumentaran los impuestos y se recurriera a expolios de todo tipo, y probablemente al deseo de apoderarse también de la totalidad de ese famoso tesoro sagrado judío provocando a través de Floro una sublevación local que justificase el expolio. La multitud judaica, desconocedora de estos contubernios, recorrió las calles de Jerusalén invocando el nombre del César y pidiendo a gritos que se les librara del tirano Floro. Algunos de los amotinados proferían insultos groseros contra el procurador o iban haciendo parodias escarnecedoras con una cesta y pidiendo limosnas “para el pobre y desgraciado Floro”. Éste se dirigió entonces desde Cesarea a Jerusalén con una cohorte de infantería y un destacamento de caballería, y los judíos, viendo que buscaba un pretexto para intervenir militarmente y expoliar la ciudad, cambiaron de táctica y fueron a recibir cordialmente a los soldados y al propio Floro prorrumpiendo en aclamaciones, para así dejar burladas las inicuas intenciones manifiestas del procurador. Pero Floro envió por delante de él a un centurión con 50 jinetes para que ordenaran a los judíos que se retiraran y que no fingiesen ahora cordialidad con alguien a quien habían insultado abundantemente poco antes. La muchedumbre, llena de miedo, se dispersó a sus casas. Floro se alojó entonces en el palacio real de Jerusalén, y al día siguiente se sentó en un estrado delante del edificio. Hizo comparecer a los grandes sacerdotes y a los notables de la ciudad y les ordenó que le entregaran a las personas que le habían insultado públicamente, de lo contrario se tomaría venganza en ellos mismos. Al intentar estos personajes disculpar esos excesos anteriores de las masas, Floro se irritó aún más y envió a sus tropas a saquear una parte de la ciudad alta.

  2. #112
    Fecha de Ingreso
    01-noviembre-2016
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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 107]
    Lo que siguió fue una matanza espantosa, pues los soldados, ávidos de botín, entraron en todas las casas de ese barrio y degollaron a sus ocupantes; la gente huía despavorida por las estrechas callejuelas y los romanos mataban a todo el que se les ponía al alcance; detuvieron a muchas personas pacíficas y las condujeron ante Floro, que mandó azotarlas y luego crucificarlas, y parece que incluso fueron azotados y crucificados algunos judíos con ciudadanía romana, cosa insólita hasta entonces. Josefo testimonia de unos 3600 muertos en aquella trágica jornada, contando mujeres y niños, pues en la matanza del barrio alto ni siquiera se respetó a los recién nacidos. Ésta fue, sin duda, la mayor crueldad que los judíos habían visto cometer a los romanos contra ellos hasta entonces. Por esas fechas, el propio rey Agripa II pasaba por la costa de Palestina de camino hacia Alejandría, adonde acudía a saludar al gobernador de Egipto, Tiberio Alejandro (antiguo procurador de Judea). Su hermana Berenice, en el ínterin, se había desplazado a Jerusalén para realizar una ofrenda religiosa en el Templo. Dice Josefo (en su “Guerra Judaica”, II, 31): “Una gran tristeza se apoderó de Berenice, que se hallaba en Jerusalén y que veía los ultrajes de los soldados. Repetidamente había enviado ella ante Floro a sus oficiales de caballería y a sus guardias personales para que pusieran fin a la matanza. Pero el procurador romano no le hizo caso, pues no pensaba ni en el número de muertos ni en el origen noble de la mujer que le hacía estas súplicas, sino sólo en las ganancias que había obtenido de sus rapiñas. Incluso los soldados llegaron a enfurecerse contra la reina. Las tropas romanas no sólo torturaban y ejecutaban a los prisioneros en su presencia, sino que también la habrían matado a ella si no se hubiera apresurado a refugiarse en el palacio real, donde pasó la noche con su guardia, llena de miedo ante un posible ataque de los soldados. Berenice había viajado a Jerusalén para cumplir una promesa que había hecho a Dios (existe la costumbre de que los que padecen una enfermedad u otro mal hagan voto de abstenerse de beber vino y de afeitarse la cabeza en los treinta días anteriores a aquél en el que van a hacer sus ofrendas). Esto es lo que entonces estaba haciendo Berenice. Acudió descalza delante del estrado de Floro para suplicarle, y, además de no obtener de él ninguna consideración, puso en peligro su propia vida”. Este valeroso comportamiento de Berenice, así como esa insólita religiosidad mencionada por Josefo, dicen mucho de la nobleza de esta mujer, pero también inducen a pensar que quizá se había producido algún cambio personal importante en esta princesa herodiana, y tal vez también en su hermano Agripa, desde aquella ocasión en que, aproximadamente 7 años atrás, escucharon al apóstol cristiano Pablo defeder su causa ante el procurador Porcio Festo.
    Última edición por Etic; 30-jul.-2017 a las 14:18

  3. #113
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    01-noviembre-2016
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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 108]
    Acerca de dicha ocasión, el registro histórico sagrado lee: «Festo llegó a tomar su puesto de gobernador, y tres días después se dirigió de Cesarea a Jerusalén. Allí los jefes de los sacerdotes y los judíos más importantes le presentaron una demanda contra Pablo. Le pidieron, como favor especial, que ordenara que Pablo fuera llevado a Jerusalén. El plan de ellos era hacer que lo mataran en el camino; pero Festo contestó que Pablo seguiría preso en Cesarea, y que él mismo pensaba ir allá dentro de poco. Les dijo: “Por eso, las autoridades de ustedes deben ir conmigo a Cesarea, y si ese hombre ha cometido algún delito, allí podrán acusarlo”. Festo estuvo en Jerusalén unos ocho o diez días más, y luego regresó a Cesarea. Al día siguiente ocupó su asiento en el tribunal y ordenó que le llevaran a Pablo. Cuando Pablo entró, los judíos que había llegado de Jerusalén se acercaron y lo acusaron de muchas cosas graves, aunque no pudieron probar ninguna de ellas. Pablo, por su parte, decía en su defensa: “Yo no he cometido ningún delito, ni contra la ley de los judíos ni contra el templo ni contra el emperador romano”. Pero como Festo quería quedar bien con los judíos, le preguntó a Pablo: “¿Quieres ir a Jerusalén, para que yo juzgue allá tu caso?”. Pablo contestó: “Estoy ante el tribunal del emperador romano, que es donde debo ser juzgado. Como bien sabe usted, no he hecho nada malo contra los judíos. Si he cometido algún delito que merezca la pena de muerte, no me niego a morir; pero si no hay nada de cierto en las cosas de que me acusan, nadie tiene el derecho de entregarme a ellos. Pido que el emperador mismo me juzgue”. Festo entonces consultó con sus consejeros, y luego dijo: “Ya que has pedido que te juzgue el emperador, al emperador irás”. Al cabo de algunos días, el rey Agripa y Berenice fueron a Cesarea a saludar a Festo. Como estuvieron allí varios días, Festo contó al rey el caso de Pablo. Le dijo: “Hay aquí un hombre que Félix dejó preso. Cuando estuve en Jerusalén, los jefes de los sacerdotes y los ancianos de los judíos me presentaron una demanda contra él, pidiéndome que lo condenara. Yo les contesté que la autoridad romana no acostumbra condenar a muerte a nadie sin que antes el acusado pueda verse cara a cara con los que lo acusan, para defenderse de la acusación. Por eso, cuando ellos vinieron acá, no perdí tiempo, sino que al día siguiente ocupé mi asiento en el tribunal y mandé traer al hombre. Pero los que se presentaron para acusarlo no alegaron en contra suya ninguno de los delitos que yo había pensado. Lo único que decían contra él eran cosas de su religión, y de un tal Jesús que murió y que Pablo dice que está vivo. Como yo no sabía qué hacer en este asunto, le pregunté a Pablo si quería ir a Jerusalén para ser juzgado de esas cosas. Pero él ha pedido que lo juzgue Su Majestad el emperador, así que he ordenado que siga preso hasta que yo pueda mandárselo”. Entonces Agripa le dijo a Festo: “Yo también quisiera oír a ese hombre”. Y Festo le contestó: “Mañana mismo lo oirás”. Al día siguiente, Agripa y Berenice llegaron y entraron con gran solemnidad en la sala, junto con los jefes militares y los principales señores de la ciudad. Festo mandó que le llevaran a Pablo, y dijo: “Rey Agripa y señores que están aquí reunidos con nosotros: ahí tienen a ese hombre. Todos los judíos me han traído acusaciones contra él, tanto en Jerusalén como aquí en Cesarea, y no dejan de pedirme a gritos su muerte; pero a mí me parece que no ha hecho nada que la merezca. Sin embargo, como él mismo ha pedido ser juzgado por Su Majestad el emperador, he decidido enviárselo. Pero como no tengo nada concreto que escribirle a mi señor el emperador acerca de él, lo traigo ante ustedes, y sobre todo ante tí, oh rey Agripa, para que después de interrogarlo tenga yo algo que escribir. Pues me parece absurdo enviar un preso y no decir de qué está acusado”» (Libro de los Hechos de los Apóstoles, capítulo 25; Versión popular de la Biblia, también denominada “Dios Habla Hoy”, de 1996).

  4. #114
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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 109]
    El relato sagrado prosigue: «Entonces Agripa le dijo a Pablo: “Puedes hablar en tu defensa”. Pablo alzó la mano y comenzó a hablar así: “Me siento feliz de poder hablar hoy delante de Su Majestad, oh rey Agripa, para defenderme de todas las acusaciones que los judíos han presentado contra mí, sobre todo porque Su Majestad conoce todas las costumbres de los judíos y las cosas que discutimos. Por eso pido que me oiga con paciencia. Todos los judíos saben cómo viví entre ellos, en mi tierra y en Jerusalén, desde mi juventud. También saben, y lo pueden declarar si quieren, que siempre he sido fariseo, que es la secta más estricta de nuestra religión. Y ahora me han traído a juicio precisamente por esta esperanza que tengo en la promesa que Dios hizo a nuestros antepasados. Nuestras doce tribus de Israel esperan ver el cumplimiento de esta promesa, y por eso adoran a Dios y le sirven día y noche. Por esta misma esperanza, oh rey Agripa, los judíos me acusan ahora. ¿Por qué no creen ustedes que Dios resucita a los muertos? Yo mismo pensaba antes que debía hacer muchas cosas en contra del nombre de Jesús de Nazaret, y así lo hice en Jerusalén. Con la autorización de los jefes de los sacerdotes, metí en la cárcel a muchos de los creyentes; y cuando los mataban, yo estaba de acuerdo. Muchas veces los castigaba para obligarlos a negar su fe. Y esto lo hacía en todas las sinagogas, y estaba tan furioso contra ellos que los perseguía hasta en ciudades extranjeras. Con ese propósito me dirigía a la ciudad de Damasco, autorizado y comisionado por los jefes de los sacerdotes. Pero en el camino, oh rey, vi a mediodía una luz en el cielo, más fuerte que la luz del sol, que brilló alrededor de mí y de los que iban conmigo. Todos caímos al suelo, y oí una voz que me decía en hebreo: SAULO, SAULO, ¿POR QUÉ ME PERSIGUES? TE ESTÁS HACIENDO DAÑO A TI MISMO, COMO SI DIERAS COCES CONTRA EL AGUIJÓN. Entonces dije: ¿QUIÉN ERES, SEÑOR? El Señor me contestó: YO SOY JESÚS, EL MISMO A QUIEN ESTÁS PERSIGUIENDO. PERO LEVÁNTATE, PONTE DE PIE, PORQUE ME HE APARECIDO A TI PARA DESIGNARTE COMO MI SERVIDOR Y TESTIGO DE LO QUE AHORA HAS VISTO Y DE LO QUE TODAVÍA HAS DE VER DE MÍ. TE VOY A LIBRAR DE LOS JUDÍOS Y TAMBIÉN DE LOS NO JUDÍOS, A LOS CUALES AHORA TE ENVÍO. TE MANDO A ELLOS PARA QUE LES ABRAS LOS OJOS Y NO CAMINEN MÁS EN LA OSCURIDAD, SINO EN LA LUZ; PARA QUE NO SIGAN BAJO EL PODER DE SATANÁS, SINO QUE SIGAN A DIOS; Y PARA QUE CREAN EN MÍ Y RECIBAN ASÍ EL PERDÓN DE LOS PECADOS Y UNA HERENCIA EN EL PUEBLO SANTO DE DIOS. Así, oh rey Agripa, no desobedecí la visión del cielo, sino que primero anuncié el mensaje a los que estaban en Damasco, luego a los de Jerusalén y de toda la región de Judea, y también a los no judíos, invitándolos a convertirse, y a volverse a Dios, y a hacer obras que demuestren esa conversión. Por este motivo, los judíos me arrestaron en el templo y quisieron matarme. Pero con la ayuda de Dios sigo firme hasta ahora, hablando de Dios a todos, pequeños y grandes. Nunca les digo nada aparte de lo que los profetas y Moisés dijeron que había de suceder: que el Mesías tenía que morir, pero que después de morir sería el primero en resucitar, y que anunciaría la luz de la salvación tanto a nuestro pueblo como a las otras naciones”. Al decir Pablo estas cosas en su defensa, Festo gritó: “Estás loco, Pablo. De tanto estudiar te has vuelto loco”. Pero Pablo contestó: “No estoy loco, excelentísimo Festo; al contrario, lo que digo es razonable y es la verdad. Ahí está el rey Agripa, que conoce bien estas cosas, y por eso hablo con tanta libertad delante de él; porque estoy seguro de que él también sabe todo esto, ya que no se trata de cosas sucedidas en algún rincón escondido. ¿Cree Su Majestad lo que dijeron los profetas? Yo sé que lo cree”. Agripa contestó: “¿Piensas hacerme cristiano en tan poco tiempo?”. Pablo dijo: “Que sea en poco tiempo o en mucho, quiera Dios que no solamente Su Majestad, sino también todos los que me están escuchando hoy, lleguen a ser como yo, aunque sin estas cadenas”. Entonces se levantó el rey, y también el gobernador, junto con Berenice y todos los que estaban allí sentados, y se fueron aparte a hablar del asunto. Decían entre sí: “Este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte; ni siquiera debe estar en la cárcel”. Y Agripa dijo a Festo: “Se podría haber soltado a este hombre, si él mismo no hubiera pedido ser juzgado por el emperador”» (Libro de los Hechos de los Apóstoles, capítulo 26; Versión popular de la Biblia, también denominada “Dios Habla Hoy”, de 1996).

  5. #115
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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 110]
    Según la Wiquipedia, el rey Agripa (27-100 de nuestra era) que escuchó la defensa del apóstol Pablo, junto con el procurador Festo, se llamaba originalmente Marcus Julius Agrippa y es más conocido como Herodes Agripa II, bisnieto de Herodes el Grande (74-1 antes de la EC, autor de la matanza de los niños inocentes), nieto de Aristóbulo IV (31-7 antes de la EC) e hijo de Herodes Agripa I (10 antes de la EC – 44 de la EC, asesino del apóstol Santiago). Agripa II se había criado en la corte del emperador Claudio, pero debido a que tenía sólo 17 años cuando murió su padre, no le dieron el reino que éste tenía. Más tarde, cuando murió su tío, el rey Herodes de Calcis, le dieron su principado. El rey Herodes de Calcis se había casado con la hermana de Agripa II, Berenice. Más tarde Claudio le dio a Agripa II la responsabilidad de nombrar al sumo sacerdote de los judíos, y cambió Calcis por algunos principados en la Palestina del norte. Agripa II también recibió el título de rey. Su audiencia con Pablo le hizo exclamar, irónicamente según algunos doctos bíblicos, haber estado a punto de hacerse cristiano; pues las presiones políticas y familiares, así como el matrimonio incestuoso de Agripa II con su hermana Berenice y quizá también su propia carga de hábitos privados contrarios a la limpieza moral y de difícil renunciación, son los mejores argumentos a favor del punto de vista de dichos doctos.

  6. #116
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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 111]
    Por su parte, Berenice (28 – aproximadamente 80 o poco más) fue una princesa judía, hija de Herodes Agripa I y hermana del rey Herodes Agripa II, perteneciente a la dinastía herodiana, que gobernó en la provincia romana de Judea entre los años 39 y 92 de nuestra era. Escasos datos sobre su vida han llegado a través de Flavio Josefo, quien narró la historia del pueblo judío y escribió un relato de la gran rebelión judía del 66. Además, se encuentran menciones sobre ella en Tácito, Juvenal, Dion Casio y Suetonio; y en los Hechos de los Apóstoles también se la nombra. Desde el Renacimiento se ha hecho famosa por su tumultuosa vida amorosa, reputación que comenzó a partir de los antiguos autores romanos, quienes se hicieron eco de la desconfianza contemporánea hacia las princesas orientales. Después de una serie de matrimonios fallidos en los años 40, pasó gran parte del resto de su vida en la corte de su hermano Agripa II, entre rumores (aparentemente bien fundados) de la existencia de una relación incestuosa entre ellos. Durante la primera guerra judeo romana, comenzó una relación amorosa con Tito Flavio, hijo de Vespasiano y futuro emperador. Su impopularidad entre los romanos, sin embargo, obligaron a Tito a cesar su relación con Berenice al ascender al trono en el año 79. Cuando él murió, dos años después, Berenice desaparece de la documentación histórica.

  7. #117
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    01-noviembre-2016
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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 112]
    En realidad, a pesar de su brevedad, la vida de Tito (39-81, 41 años) estuvo marcada por muchos sucesos históricos significativos, como la guerra judeo-romana empezada en el 66 del primer siglo y culminada con el sitio y la conquista de Jerusalén en el 70. Tito tuvo un papel muy importante en la guerra, como comandante de las fuerzas romanas de asedio y fue él quien dirigió la destrucción de la capital judía y de su Templo, aunque parece que quiso salvar a este útimo debido a su belleza monumental pero las cosas se le escaparon de las manos. Fue en aquellos años cuando Tito conoció a la princesa Berenice, hermana del rey de Judea Agripa II, aliado de Roma. Los dos se enamoraron y empezaron una relación que continuó durante toda la guerra hasta que Tito tuvo que volver a Roma para celebrar el triunfo de su padre Vespasiano en el 71. Cuando se encontraron por primera vez, Tito apenas tenía 28 años y Berenice 39 y había estado casada ya 3 veces. No son muchos los autores antiguos que hablan de la relación amorosa entre el futuro emperador de Roma (Tito) y la princesa oriental (Berenice). Flavio Josefo, historiador judío y uno de los testigos más importantes de la guerra judeo-romana, omite por completo este aspecto de la vida de Tito. Otros historiadores, como Tácito y Suetonio, hablan muy poco de ella. El silencio de los autores demuestra la hostilidad que Berenice suscitaba en la opinión pública romana, que la considerada un potencial peligro para la estabilidad del imperio. Además, circulaban fuertes rumores de que existía una relación incestuosa entre Berenice y su hermano Agripa. Según algunos autores, el tercer matrimonio, que la princesa contrajo con Polemón rey de Cilicia en el año 65, tenía el objetivo de disipar esos rumores. Pero la unión matrimonial no duró casi nada y el año siguiente Berenice abandonó a su marido para volver a la corte de su hermano. En el mismo año 66 tuvo lugar el primer encuentro con Tito. Su relación con Tito evocaba la de Marco Antonio y Cleopatra y, por su personalidad y sus orígenes orientales, a menudo Berenice fue comparada a la reina egipcia: una “Cleopatra en miniatura” como la describe Theodor Mommsen en su obra (es decir, una reina inteligente y carismática que supo jugar bien con la baraja diplomática para esquilmar de Roma buenos dividendos o ganancias a favor de su país). Pero, a pesar de todo, en el 75 Berenice llegó a Roma junto con su hermano; y, en la capital, Agripa recibió los “ornamenta praetoria” (distinción honorífica de pretor) y Berenice vivió en el palacio imperial, reanudando su relación con Tito. Es muy probable que Berenice esperase convertirse en emperatriz casándose con él y por eso se quedó en Roma hasta el 79; y durante su larga estancia actuó y se comportó como una esposa, llegando incluso a participar en algunos “consilia” (asambleas jurídicas y políticas de ordenación del régimen interior romano); su influencia sobre Tito fue muy fuerte y se reflejó también en las condiciones de los judíos y de los cristianos, que durante los reinados de Vespasiano y de Tito pudieron profesar su religión con libertad. Algunos historiadores modernos piensan que el mismo Tito estuvo muy cercano al ambiente cristiano, tal vez conmovido por haber recibido alguna clase de información acerca de la actuación de los seguidores de Jesús que huyeron de Judea en el año 66 siguiendo las indicaciones proféticas de Jesucristo. Pero cuando Vespasiano fue proclamado emperador, fue inaceptable en Roma que el heredero al trono (Tito, hijo de Vespasiano) tuviera una amante de este talante; no se trataba de escrúpulos morales, bastante escasos en Roma, sino que se temía más bien que la presencia de una princesa carismática oriental conllevase un aumento de los elementos tiránicos del régimen. Es muy probable que Tito tuviera la intención de casarse con Berenice, pero todo en ella representaba una amenaza para el equilibrio del imperio, pues, además, la princesa había ya dado muestra de sus “agallas” durante la guerra, cuando intervino para impedir la masacre de la población en Jerusalén, arriesgando su propia vida ante Floro. El historiador Dion Casio cuenta que hubo una segunda visita de Berenice a Roma, cuando Tito ya era emperador, pero esta vez su estancia fue mucho más breve y ella tuvo que volver a Judea. Después no se sabe lo que le ocurrió a la princesa ni la fecha exacta de su muerte, porque todas las fuentes testimoniales cesan de hablar sobre ella.
    Última edición por Etic; 02-ago.-2017 a las 07:32

  8. #118
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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 113]
    Regresando hacia los finales del año 65 o principios del 66, aproximadamente, tras la espantosa matanza que los soldados romanos bajo Floro perpetraron en el barrio o mercado alto de Jerusalén, con un saldo de unos 3600 judíos muertos en aquella trágica jornada, contando mujeres y niños; Floro no dejó que se apagaran los ánimos de una posible revuelta, sino que los avivó aún más. Al día siguiente de la matanza, la multitud acudió al barrio alto y prorrumpió en escalofriantes gritos de duelo por los muertos, a la usanza judía, entre los que se mezclaban gritos contra Floro. Los altos sacerdotes y los personajes judíos más notables, asustados de ello, se rasgaron las vestiduras (según costumbre típicamente hebraica) y se postraron ante la multitud para rogarles que no provocasen a Floro y atrajesen con ello nuevas desgracias y calamidades. La multitud les hizo caso y se dispersó. Pero Floro no estaba satisfecho. Exigió a los sacerdotes y notables que ordenasen al pueblo que acudiesen al encuentro pacífico de las tropas que en ese momento venían desde Cesarea (dos cohortes más); sin embargo, mientras ellos convocaban al pueblo, el procurador envió mensajeros a los centuriones de esas cohortes para que prohibiesen a sus soldados devolver el saludo a los judíos y, en caso de que dijeran algo en contra de él, que utilizaran sus armas. Los más sediciosos de Jerusalén no quisieron obedecer al principio a los sacerdotes y se atrajeron el apoyo de las masas, todavía muy impresionadas por la matanza anterior. Fueron entonces los propios sacerdotes los que tomaron de nuevo la iniciativa y, provistos de los ornamentos sagrados y con la cabeza cubierta de ceniza, consiguieron convencer a la muchedumbre mediante muchos ruegos y súplicas, haciéndoles ver que los romanos buscaban un pretexto para apoderarse de todo el tesoro del Templo y saquear la ciudad.
    Última edición por Etic; 02-ago.-2017 a las 14:03

  9. #119
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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 114]
    Por lo tanto, a instancias de los sacerdotes, las muchedumbres judías salieron, pues, al encuentro pacífico de los soldados y les saludaron al pasar éstos junto a ellos; pero como las tropas no les contestaron, los más exaltados comenzaron a proferir gritos contra Floro. Ésa era la señal que esperaban los romanos para cargar contra los judíos, de modo que las tropas se desplegaron, les rodearon y les golpearon con palos sin ningún miramiento, mientras que la caballería arrollaba a los que huían y los pisoteaba. Cundió el pánico y la multitud se apelotonó en las puertas de la ciudad. Muchos murieron asfixiados y pisoteados por la propia masa humana, que era empujada violentamente por los soldados por detrás, en dirección al barrio norte. Los soldados recién llegados, por un lado, y Floro y sus tropas desde el palacio real, por otro, querían llegar hasta la fortaleza Antonia y el Templo. Pero las gentes empezaron por fin a reaccionar; se distribuyeron por los tejados y comenzaron a atacar a los romanos con dardos, piedras y otros proyectiles, y los soldados tuvieron que retirarse al campamento situado en las inmediaciones del palacio real, al no poder superar a la muchedumbre que les bloqueaba el paso por las callejuelas. Los sublevados actuaron con rapidez; se subieron a los pórticos que comunicaban el Templo con la fortaleza Antonia, cortando de este modo las pretensiones de los romanos. Floro, viendo fracasados sus planes de llegar al Templo, convocó a los sacerdotes y al Sanedrín y les dijo que abandonaría la ciudad, pero que dejaría en ella la guarnición que ellos considerasen oportuna si se comprometían personalmente a mantener el orden. A sí se lo prometieron, y Floro, dejando una cohorte, volvió a Cesarea con el resto del ejército.

  10. #120
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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 115]
    Una vez en Cesarea, Floro escribió al gobernador de Siria, Cestio Galo, responsabilizando a los judíos del comienzo de las hostilidades; pero las altas autoridades de Jerusalén, y con ellos también la propia hermana del rey Agripa (Berenice) hicieron otro tanto, contándoles a Cestio los numerosos ultrajes y crímenes cometidos por Floro contra la ciudad. Cestio, tras consultar con sus oficiales, decidió enviar primero, antes de acudir con las legiones, a alguna persona de su confianza para que le informase sobre la situación y sobre las intenciones de los judíos. Mandó a uno de sus tribunos, que se encontró con el rey Agripa en una ciudad de la llanura filistea cuando éste volvía de Alejandría. Habían acudido también allí para saludar al rey las altas jerarquías sacerdotales judías, los notables y el Sanedrín. El rey Agripa decidió ir a Jerusalén para calmar los ánimos, y el pueblo salió de la ciudad a recibirle, con los familiares de las víctimas de la matanza al frente de la multitud. Llegados a la ciudad, el rey y el tribuno romano comprobaron personalmente los daños. En la explanada del Templo se convocó al pueblo, y el tribuno le elogió su fidelidad y le exhortó a mantener la paz. Los sacerdotes se dirigieron al rey y le pidieron que enviara embajadores a Nerón para acusar a Floro y no aparecer como sospechosos de rebelión por guardar silencio ante una matanza de tan grandes proporciones. Poco después, el rey convocó de nuevo al pueblo en uno de los estadios de la ciudad, y allí pronunció un discurso con objeto de calmar los ánimos y evitar a toda costa la sublevación. El discurso, íntegramente reproducido por Josefo (La guerra de los judíos, libro II, 345 a 404), es una pieza oratoria de gran calidad, y seguramente sin reinterpretaciones añadidas por el propio Josefo, pues éste dice en otra de sus obras que unos 10 años después de estos hechos le entregó personalmente su obra sobre la guerra judía a Agripa en Roma y que éste la elogió y recomendó por carta su lectura a otras muchas personas. El discurso comenzó con un exordio en el que el rey habló claramente de sus propias intenciones (evitar la guerra) y rogó a todos que examinaran uno por uno los motivos por los que el pueblo se sentía impulsado a sublevarse. Entre otras cosas, dijo: “No hay nada que haga frente a los golpes como el hecho mismo de aguantarlos, pues la paciencia de los agredidos provoca la confusión entre los agresores”. Agripa expuso a continuación un cuadro general de la formidable potencia militar romana, enumerando uno por uno, del oriente al norte y del sur a occidente, todos los grandes pueblos y naciones sometidos al poder de Roma (casi todo el Mundo conocido entonces), haciéndo ver así a los judíos su propia insignificancia y su escasez de recursos para enfrentarse a todo un Imperio: griegos, macedonios, galos, germanos, las numerosas ciudades de Asia Menor, tracios, ilirios, iberos, egipcios, etc. Añadió: “Sólo nos queda refugiarnos en la alianza divina. Pero Dios... está también de parte de los romanos, puesto que es Él el que les ha permitido crear un imperio tan extenso”. Por último, expuso crudamente las calamidades que, por la mala decisión de unos pocos y por la crispación de los ánimos en esos momentos, podían provocar entre sus propios compatriotas y familiares (ancianos, mujeres y niños), además de que facilitarían la completa destrucción del Templo y de las ciudades judías. Cuando acabó de hablar, dice Josefo, rompió a llorar junto con su hermana Berenice, y sus lágrimas calmaron bastante los ímpetus de las masas. Gritaban algunos que no luchaban contra los romanos, sino contra Floro, y Agripa les replicó que los hechos les desmentían, pues habían dejado de pagar el tributo al César y habían demolido los pórticos de la fortaleza Antonia en Jerusalén; y les exhortó seguidamente a pagar ese tributo y a reconstruir dichos pórticos, diciéndoles que ni uno ni otro eran de Floro. Ante esto, el pueblo quedó medianamente convencido, y los magistrados y miembros del Sanedrín se dispusieron a ir por las aldeas recaudando el tributo. De esta forma parecía que el peligro de la guerra se alejaba. Sin embargo, Agripa sobreestimó su propio poder de convicción y quiso también persuadir al pueblo para que de momento obedecieran a Floro hasta que el César enviara a otro procurador. Sin embargo, aquella recomendación echó todo a perder y la masa de los judíos, excitada por los zelotes y otros extremistas, insultaron al rey y algunos hasta le lanzaron piedras, haciéndole abandonar Jerusalén. Agripa envió a Cesarea como comisionados ante Floro a los notables judíos, para que éste escogiera entre ellos a los que habían de recoger los tributos, y a continuación se retiró a su reino, en el nordeste de Palestina.

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