Dice Caravias: [""La fe en la divinidad de Jesús es precisamente la que nos ha llevado a querer conocer más profundamente su humanidad. Si Jesús no fuera Dios, no pasaría de ser un personaje histórico respetable, pero nada más. Pero el hecho de que aquel hombre extraordinario esté hoy vivo, resucitado y resucitándonos, es algo que nos toca en lo más íntimo de nuestro ser y nos llena de esperanzas. ¡Aquel íntimo de Dios es el mismo Dios hecho hombre! Esta verdad llenó de gozo a las primeras comunidades cristianas, gozo que hemos de tener también todos sus seguidores"".

El Nuevo Testamento contiene la fe profesada por los apóstoles. Detrás de ellos la reflexión de la Iglesia sobre Cristo continúa, especialmente a través de los que hoy llamamos los Santos Padres. A la reflexión sobre lo que Jesús hizo, sigue una profunda meditación acerca de quién es Jesucristo. Al encontrarse la revelación con las distintas culturas entre las que se difunde el cristianismo, en seguida se manifiestan opiniones diferentes acerca de Jesucristo. Entonces la Iglesia se ve obligada a tomar posición ante las tendencias erróneas.

Los errores contra los que tiene que luchar la fe de la Iglesia provienen o de la negación de la divinidad de Jesús o de la negación de su humanidad; unos dicen que Jesús no es Dios y otros afirman que no es verdadero hombre. Otra serie de errores vienen de la mala comprensión de la unión entre estas dos maneras de ser de Jesús, la humana y la divina. Entre uno y otro extremo ha habido cantidad de opiniones.

Desde los siglos IV al IX la Iglesia en diversos Concilios Ecuménicos va creciendo en la comprensión y en la formulación clara y concreta de la fe cristiana en el misterio de Cristo.

La lectura de la Escritura lleva a la Iglesia a descubrir nuevos e importantes aspectos del misterio de Cristo. La defensa de la fe contra los errores obliga a reformular lo que es necesario creer y lo que es accesorio. El encuentro con nuevas formas de pensar (la griega, la romana, la germana), lleva a la necesidad de explicar el misterio de Cristo en nuevas culturas, y hacer frente a nuevas preguntas. Con todo ello se fue ampliando cada vez más la visión sobre Jesucristo.

De forma muy reducida podemos decir que la Iglesia cree y profesa en Jesucristo:

- Una persona única, la del Hijo, Palabra de Dios.

- Dos naturalezas: la divina que lo hace igual y "consubstancial" al Padre y al Espíritu Santo; y la humana, que lo hace igual y "con-substancial" a María su madre, y a todos los hombres.

El año 325, en el Concilio de Nicea, los obispos reunidos lo dijeron así: "Jesús es Hijo de Dios, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero del Dios verdadero, nacido, no creado, de la misma substancia del Padre". Y en el año 451, el Concilio de Calcedonia dijo: "Uno y el mismo Hijo nuestro Señor Jesucristo es perfecto en la divinidad y perfecto en la humanidad, verdaderamente Dios y verdaderamente hombre".

La verdad fundamental, pues, es que Jesús es verdadero hombre y verdadero Dios, total y al mismo tiempo. El hablar correcto a partir de Jesús debe ser de tal manera que no se dé ni de más a Dios ni de más al hombre; ni disminuya al hombre, ni disminuya a Dios.

La piedad popular tiende a acentuar la naturaleza divina de Jesús, dejando a un lado la realidad histórica de su humanidad. A veces "los suyos" no le quieren recibir como él quiso presentarse, como hombre, hermano y partícipe de nuestra vida sufriente y frágil.

En cambio, otros grupos, que se creen "concientizados", a veces acentúan tanto la parte humana de Jesús, que olvidan la realidad de su divinidad y todo lo que ella significa.

Siempre hay que estar haciendo esfuerzos por unir los dos extremos, por escandaloso que resulte: Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre. Y por ello es necesario encontrar hoy expresiones y palabras que respondan a la cultura de nuestro tiempo.