No hablaban la palabra a nadie sino a los judíos (Hech. 11:19).

La mayoría de los judíos no aceptaron las buenas nuevas y pasaron por alto la advertencia que Jesús hizo a sus discípulos: “Cuando vean a Jerusalén cercada de ejércitos acampados, entonces sepan que la desolación de ella se ha acercado. Entonces los que estén en Judea echen a huir a las montañas, y los que estén en medio de Jerusalén retírense, y los que estén en los lugares rurales no entren en ella” (Luc. 21:20, 21). Su predicción se cumplió. Para sofocar una revuelta judía, los ejércitos romanos dirigidos por Cestio Galo cercaron Jerusalén en el año 66. Pero de pronto se retiraron, y los seguidores de Jesús tuvieron la oportunidad de salir de Jerusalén y Judea. Según el historiador Eusebio, muchos cruzaron el Jordán y huyeron a Pela, en Perea. En el año 70, los romanos regresaron al mando del general Tito y destruyeron Jerusalén. Los cristianos fieles siguieron las instrucciones de Jesús y sobrevivieron. w14 15/5 3:14, 15