[EL DIOS EMOTIVO, comentario 60]
Veamos. Un examen detenido del primer capítulo del Génesis revela que lejos de coartar el desarrollo de la capacidad cognitiva humana, una de las primeras tareas propuestas por el Creador al hombre fue la de poner nombres a todos los animales en el Edén: “Formó, pues, el SEÑOR Dios de la tierra toda bestia del campo, y toda ave de los cielos, y las trajo a Adán, para que viese cómo les había de llamar; y todo lo que Adán llamó al alma viviente, es ése su nombre” (Génesis, capítulo 2, versículo 19; Biblia de Reina-Valera). Pues bien, dejando a un lado la polémica acerca de si este relato es mitológico o no, concentremos la atención en lo que esa narración significa. Claramente, expresa la intención del Creador de hacer que la mente de su primera criatura humana trabajara en estudiar el comportamiento animal y en nominar o etiquetar a cada género de animal o ave, ampliando consecuentemente su vocabulario inicial. Además, Dios mismo respetaría esas denominaciones y cuando se comunicara con su hijo humano usaría vocablos elaborados por éste. ¿Era esta actuación divina, de alguna manera, un síntoma de coacción intelectual contra el hombre, o más bien era todo lo contrario, a saber: una invitación al desarrollo mental humano?